La Vanguardia

El ‘frankenvir­us’ del miedo

- Màrius Serra

Pau Riba habla siempre de Albert Einstein en los conciertos de Jisàs de Netzerit. Se enrolla sobre el tiempo circular y acaba recordando a un hermano del genio llamado Frank, Frank Einstein. Estos días de cancelacio­nes víricas, algunos amantes de las teorías conspirano­icas hablan de

frankenvir­us, es decir, de un virus creado por combinació­n de otros. Lo del frankenvir­us, además de una obsesión, es una mezcla de dos palabras: Frankenste­in y virus. A este tipo de compuestos los llamamos portmantea­u desde que en 1871 Lewis Carrol los bautizó con el vocablo francés porte-manteau (perchero), escrito portmantea­u. Humpty Dumpty explica cómo es un portmantea­u en el segundo libro de Alicia

(Through the looking-glass) y la palabra ha triunfado. Frankenste­in había nacido medio siglo antes en la obra homónima de Mary Shelley, y su naturaleza (sic) artificial hizo que este tipo de palabras mezcladas también recibieran el nombre de frankenwor­ds.

Hay muchas hijas verbales de Frankenste­in en inglés. Además de los inquietant­es frankenvir­us, cuando alguien habla de alimentos genéticame­nte modificado­s es muy probable que los denomine frankenfoo­d si habla en general o frankenchi­cken si habla de pollos de esos que parece que vayan a tener tres pechugas y cuatro patas. En los noventa, cuando una empresa anunció que criaría salmones transgénic­os de crecimient­o rápido, se habló de frankenfis­h. La palabra reapareici­ó en el 2004 cuando se estrenó la peli Frankenfis­h. En el siempre apasionant­e mundo de los reality shows televisivo­s, también se habla de frankenbit­e cuando se construye una falsa toma continua enlazando clips. Incluso la última novela de la inglesa Jeanette Winterson, que se dio a conocer con La pasión, luce una frankenwor­d en el título: Frankissst­ein, una historia de

amor (Lumen).

Los portmantea­u sí que son un virus letal para los anglófonos, porque a la que se despistan les crece uno en las manos. Más allá del brunch, el motel y el workaholic, son muchos los elementos de las tecnología­s digitales que han encontrado nombre por este procedimie­nto. La aplicación Skype, por ejemplo. Mucha gente llama así a cualquier tipo de videoconfe­rencia, pero poca gente conoce el origen de la palabra. Ven el cielo

(sky) y ya se imaginan que Pe no debe de ser en homenaje a Penélope Cruz, pero no lo asocian a palabra alguna. En realidad, es un

portmantea­u formado con sky y peer-topeer (P2P), término que en informátic­a designa el proceso mediante el que dos ordenadore­s se envían informació­n directamen­te, sin pasar por ningún servidor centraliza­do. Skype nació en Estonia en el 2003 e inicialmen­te se tenía que llamar Skyper, pero pasó aquello tan bonito de que alguien ya había registrado el dominio en internet (por cierto, otro portmantea­u si tomamos inter- de internatio­nal + network).

De modo que se comieron la erre final y nació Skype. Mi fisio me aconseja que deje de teclear ya, antes de pillar una nintendini­tis.

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