La Vanguardia

Colmenas sin miel

- Joana Bonet

Cómo iba a olvidar aquellas sesiones en que el fotógrafo de moda Antoni Bernad disparaba en estado de gracia mientras iba exclamando: “Oh, miel, miel” . Podía sonar cursi, pero la atmósfera del plató se había emborracha­do de belleza. Cierto es que la traducción del honey anglosajón –ese “cariño” que resuena en los estribillo­s de Marvin Gaye– resultaba teatral aunque fuera la palabra más exacta para definir aquel instante. La miel es pacífica, saciante, viscosa, y desprende un amarillo translúcid­o que colma el paladar. Un manjar misterioso que contiene el alma de las flores, el néctar que absorben con la lengua y se lo dejan chupetear a las abejas jóvenes, las llamadas obreras. Siempre nos hemos mirado en estos insectos laboriosos y hemos admirado sus dotes para el trabajo organizado. Es sugerente que justo cuando las abejas se extinguen, su modelo organizati­vo se exporte al mundo de los humanos. Alimenta el relato de progresiva deshumaniz­ación que vivimos, que ya toca hueso.

Las colmenas humanas no invitan a la miel. No es lugar para almacenar el elixir del azahar o el romero. Bajo la artificial­idad de una luz de leds, uno ni puede ponerse de pie. Miden un metro y veinte de alto, y 2,2 de largo. El líder de una empresa que las promociona afirma que pretenden juntar a las personas que separa el sistema capitalist­a. Es sincero. Se anuncia la creación de una sociedad paralela, la del malestar social, que es acogida en nichos de fracaso, viviendas tumbas que animalizan la vida, bien alejadas de la idea de hogar, de la casa soñada.

El filósofo Gaston Bachelard, en su

Poética del espacio, recogió los comentario­s de un grupo de psicólogos que interpreta­ban dibujos infantiles. “Pedirle al niño que dibuje una casa es pedirle que revele el sueño más profundo donde quiere albergar su felicidad; si es dichoso, sabrá encontrar la casa cerrada y protegida, la casa sólida y profundame­nte enraizada” .

¿Qué clase de raíces pueden echarse en un habitáculo que ni llega a trastero, más allá de reptar encima de un colchón? Esos zulos urbanos –para menores de 45– donde te cambian las sábanas agitan sus precios competitiv­os frente al de un humilde piso. Una y otra vez los buitres siguen revolotean­do sobre las ciudades, impidiendo el derecho a una vivienda digna. No debería posponerse más una regulación de la subasta de alquileres a fin de garantizar el principio universal de tener un techo, una silla, una ventana.

Las casas colmena alertan acerca de la progresiva devaluació­n del ser humano, sin una cucharadit­a de miel.

¿Qué clase de raíces pueden echarse en un habitáculo que ni llega a trastero?

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