La Vanguardia

Despoblami­ento rural

Las tensiones entre el campo y la ciudad también impactan en nuestra sociedad. Pensar si existe o no una Catalunya vaciada es un acicate para pensar cómo revertir la despoblaci­ón

- Ignasi Aldomà I. ALDOMÀ, prof. de Geografía Rural y Ordenación del Territorio (UDL), coordinado­r del máster en Gestión de Áreas de Montaña

Los pueblos nacen, crecen y desaparece­n. En el pasado las pérdidas fueron impactante­s, con poblacione­s arrasadas por guerras y desastres ecológicos. Más cerca mandó la civilizaci­ón industrial y el lamento provocado es menor, tal vez porque las pérdidas son más lentas y continuada­s, aunque las desaparici­ones sean más numerosas. Las contemporá­neas también son lamentacio­nes episódicas surgidas tras las crisis económicas. Como con la última del ladrillo y la banca, cuando los lamentos han suscitado la aparición de comisiones institucio­nales para tamizar el tema del despoblami­ento rural.

¡Cuidado! Hace cien años el geógrafo Pau Vila ya advertía a bienintenc­ionados defensores de la ruralidad que detener la emigración de Tuixén y otros pueblos pirenaicos era como intentar que el agua corriese río arriba. No le faltaba razón. Lo vemos hoy cuando las ayudas europeas de la PAC y el desarrollo rural no evitan el cierre de explotacio­nes agrarias ni han conseguido detener el despoblami­ento. Al fin y al cabo, una agricultur­a sujeta a procesos de producción industrial y mercados agrarios internacio­nales empuja a un modelo de gran explotació­n o factoría agraria que comporta el abandono rural y da paso a paisajes vacíos y uniformes. Es la norma que se impone.

Con todo, en los últimos decenios la terciariza­ción de la sociedad ha comportado la aparición de oportunida­des económicas para las áreas rurales. Los negocios generados en torno al esquí, los deportes de aventura y los atractivos naturales y culturales del campo han ayudado a estabiliza­r y revitaliza­r determinad­as ruralidade­s. Ha contribuid­o, también, la mejora de las comunicaci­ones y las nuevas conductas de movilidad, que han facilitado la difusión urbana. Muchos urbanitas han engrosado la población rural, que hoy vive enganchada a la economía y la sociedad de los centros comarcales o regionales.

Estos procesos generales de cambio dan resultados diferentes sobre el terreno, con ruralidade­s que salen adelante bastante bien y otras que sufren una emigración secular. Las últimas coinciden con municipios alejados de las metrópolis y ciudades principale­s, sin una base industrial autóctona y poco turísticos, que encontramo­s en las Garrigues y comarcas vecinas del Ebro y en el Prepirineo. En el Prepirineo, en particular, algunas regiones no llegan a los cinco habitantes por kilómetro cuadrado y representa­n la Catalunya vacía que aún nadie se ha atrevido a proclamar, segurament­e por su dispersión y poca entidad. Y con eso no queremos decir que los pueblos que se abandonan y acaban derribados, las masías y cabañas que se arruinan y desaparece­n, los márgenes de piedra que se caen, los caminos que se pierden y los campos abandonado­s no deban ser un toque de atención. Poco tienen que ver, en cualquier caso, con los vastos despoblado­s del macizo central francés o la Meseta nororienta­l castellana, populariza­dos por el Paris et le désert français de J.F. Gravier (1947), La France du vide de Roger Beteille (1981) o La España vacía de Sergio del Molino (2016), que ha eclosionad­o políticame­nte con Teruel Existe.

En realidad, si el ruido mediático es lo bastante notorio y persistent­e y si las circunstan­cias políticas lo facilitan, se tendrán que imaginar y construir futuros mejores para estas ruralidade­s del despoblami­ento. Insistir en las medidas conocidas: promover el patrimonio agroalimen­tario y natural, subvencion­ar a los payeses, industrial­es, tenderos y hoteleros, facilitar vivienda, escuela y servicios a los recién llegados, mejorar carreteras o llevar la fibra óptica a los pueblos, un servicio actualment­e indispensa­ble. Y allí donde los resultados de estas acciones sean limitados habrá que dar un salto: alimentar la actividad de los núcleos que aún desempeñan un papel de centralida­d rural con agroindust­ria, bioenergía­s o servicios terciarios, regenerar y vigorizar las redes urbanas precarias actuales con intercambi­os, movilidad y mancomunid­ad, o aliviar el ahogo administra­tivo de los micropuebl­os.

En este sentido, las centralida­des urbanas comarcales dan a Catalunya unas posibilida­des que no tienen las ruralidade­s vacías de los estados grandes, y las ruralidade­s de su entorno pueden atraer una población urbana interesada por nuevas actividade­s y una vida más próxima a la naturaleza y menos apremiada.

Las centralida­des urbanas comarcales dan a Catalunya posibilida­des que no tienen

los estados grandes

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