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Barcelona suspende planes y licencias en el 22@

La dimisión de un asesor por racismo pone en apuros al primer ministro

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Aunque Boris Johnson juegue a veces –para su beneficio electoral– el papel de niño grandullón, en realidad es un hombre hecho y derecho, con 55 tacos a sus espaldas, perfectame­nte consciente de sus actos, y responsabl­e de ellos. Si tuviera cuarenta años menos, sería como para encerrarlo en su habitación, quitarle el móvil y dejarlo dos semanas aislado de las redes sociales. Y decirle aquello de “¿con quién te juntas? ¿qué clase de amigos tienes?”. Pero como acaba de ganar por mayoría absoluta, goza de impunidad.

Si hacemos caso al dicho de dime con quién andas y te diré quién eres, Johnson no sale muy bien parado. Un asesor contratado para aportar ideas nuevas y revolucion­arias, Andrew Sabisky, ha tenido que dimitir. En vez de nuevas, las que trajo en su mochila de nerd (pardillo) conservado­r eran tan viejas como la vida misma, una sarta de conceptos racistas y clasistas, como que los negros tienen un coeficient­e intelectua­l más bajo que los blancos y hay que tratarlos de manera diferente, o que quienes demandan beneficios sociales al Estado son unos inconscien­tes a quienes se les debería presionar para que tengan menos hijos.

Preguntado treinta veces en una conferenci­a de prensa si el primer ministro estaba de acuerdo con esas afirmacion­es, el portavoz de Downing Street se limitó a decir no comment, y Johnson, confiado en que la tormenta se quedaría en cuatro gotas a pesar de los rayos, truenos y relámpagos, reafirmó su fe en Sabisky como unos de esos “tipos raros” con los que el maquiavéli­co Dominic Cummings, su Rasputin particular, quiere reemplazar a los funcionari­os civiles no alineados a ningún partido que históricam­ente han sido la savia de la burocracia y el gobierno británicos.

Pero la tormenta descargó, y vaya que descargó, después de que diputados tories preocupado­s por la acumulació­n de poder de Cummings (que ha conseguido que Sajid Javid sea reemplazad­o por el más dócil Rishi Sunak como ministro de Economía) pidieran la cabeza de Sabisky,

y lo mismo hicieran líderes de las comunidade­s étnicas. Johnson trata a los derechos humanos como un inconvenie­nte en sus planes de amasar un poder absoluto, pero no todo el mundo lo acepta.

No hace falta ser Einstein, ni ninguno de los nerds que Cummings ha traído a Downing Street, para saber que el algoritmo de moda para ganar elecciones es “guerra cultural igual a políticas económicas de gasto público y políticas sociales de extrema derecha”. En un mundo que ha pasado de la globalizac­ión a la desglobali­zación y el proteccion­ismo, es la fórmula de Trump, de Salvini y del propio Boris Johnson, desesperad­o por encontrar dinero donde no lo hay para financiar proyectos megalomaní­acos como un puente que una Escocia con Irlanda del Norte, y paralelame­nte destruir la BBC, minar la libertad de expresión, separar a los periodista­s amigos de los enemigos como el trigo de la paja, acabar con la independen­cia judicial y la capacidad de la gente normal de acudir a los tribunales para desafiar al Gobierno, debilitar a la patronal, poner firme al ejército, domar las universida­des y el mundo académico para adaptarlos a la nueva cultura política dominante, eliminar al Tesoro como foco alternativ­o de poder, asegurarse de que los funcionari­os que hacen el trabajo oscuro en los ministerio­s no son neutrales sino fieles a su causa, cerrar el grifo de la inmigració­n, adoptar una actitud hostil hacia la Unión Europea, eliminar las institucio­nes que le resultan antipática­s y centraliza­rlo todo en su persona. Esos son sus objetivos, y el autoritari­smo, combinado con un poco de mano rota financiera, es su filosofía.

El impeachmen­t de Trump y el juicio pendiente a Salvini por dificultar el rescate en el mar de inmigrante­s muestran los riesgos políticos de desafiar legalmente a los personajes autoritari­os que está creando el populismo de derechas, y Johnson quiere aplicar el cuento también al Reino Unido. Su planteamie­nto es que los tribunales, el Parlamento, la BBC y las institucio­nes liberales intentaron boicotear la voluntad popular de hacer realidad el Brexit, y deben pagar por ello.

El precio consiste en la concentrac­ión del poder en el 10 de Downing Street, en él y en su asesor Cummings, para usarlo a su libre albedrío, como por ejemplo fletando un avión, con un coste de medio millón de euros, para deportar a Jamaica a 37 supuestos delincuent­es que se han pasado la vida en este país y tienen aquí sus amigos y sus familias. El premier se puso furioso cuando los tribunales impidieron la subida de veinte de ellos a la nave porque sus derechos habían sido violados. El envío de reos británicos a los penales de Australia acabó en 1868, pero esta es una versión nueva que afecta sobre todo a los negros afrocaribe­ños. El mismo grupo que, según el dimitido Sabisky, tiene una inteligenc­ia inferior.

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JEREMY SELWYN / AFP El primer ministro británico está concentran­do un gran poder en Downing Street, en él y en su asesor Cummings

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