La Vanguardia

¿Por dónde se va a Instagram?

- Isabel Gómez Melenchón

No vas a triunfar en esta vida.

–Decidme algo que no sepa.

Mientras yo me preocupo por mi huella de carbono, en casa se preocupan por (la ausencia de) mi huella digital. Los gatos no se preocupan por nada, pero van dejando su huella en el suelo recién fregado. Otra vez con la bayeta, a eso se le llama ahora tener un impacto directo.

–Es que no te encuentro ni en Instagram.

Claro, porque yo tampoco he encontrado Instagram, nadie me ha dicho por dónde se va.

Me resulta muy interesant­e el matiz de en esta vida. ¿Significa eso que en la otra sí llegaré a algo? ¿O quieren decir con la otra el universo digital en el que tan mal me desenvuelv­o? Mi cerebro evoluciona­do me dice que 1) tengo que interpreta­r esta en un sentido amplio, la terrenal, la fantasmal y la catódica; 2) la segunda y la tercera se interrelac­ionan con más que cierta frecuencia, porque hay mucho fantasma en las redes, debe de ser cosa de las sinergias.

Vente a Alemania, Pepe, decían en los sesenta. Pues Eldorado son ahora las imágenes e historias que compartimo­s. Yo no acabo de entender en qué puede afectar a la valoración de mi personal persona, o de cualquier otra, saber si he desayunado brócoli, huevos al plato o el plato directamen­te si así lo ha promociona­do Gwyneth Paltrow, igual la porcelana tiene calcio y me lo estoy perdiendo.

“Espejito, espejito, ¿hay en el mundo alguien más influencer que yo?”, “A ver, ¿cuántos habitantes hay en el planeta?”. No creo que cuele con el seguro que he hecho trizas el espejo en defensa propia, sobre todo porque no es la primera vez. Me he decidido a instagrame­arme, más que nada para que me dejen tranquila. Tú lo pruebas una vez, dicen, y ya nos dices. Pues qué quieren que les diga, valga tanta redundanci­a, convencida no estoy, pero me he puesto un tutorial a ver si llego. Tranquilos, que no es de la Paltrow, no quiero acabar mis días convertida en una vela, por mucho olor a vagina (la suya, eh) que tenga. Hoy cualquier cosa tiene que ser instagrame­able para salir en el móvil, desde el menú de un restaurant­e hasta un cuadro de Leonardo Da Vinci o una lata de sardinas; que se venda después ya es otra cuestión, porque las imágenes serán una cosa, pero el dinero es otra.

Estoy viendo el resultado, y una retirada a tiempo es una victoria. Que triunfen ellos/as, que diría Unamuno.

Espejito, espejito, ¿hay en el mundo

alguien más ‘influencer’ que yo?

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