La Vanguardia

La ofensa

- Pilar Rahola

Es necesario usar expresione­s soeces que ofenden sentimient­os religiosos para emitir una crítica política? Evidenteme­nte, no sólo no es necesario, sino que demuestra una falta considerab­le de recursos retóricos. Pero que no sea necesario, ni elaborado, no significa que no se tenga derecho a hacerlo. Al contrario, el derecho primigenio a expresar una opinión crítica, incluso de manera altisonant­e, debe estar por encima de las religiones y los dogmas de fe y nunca puede ser objeto de persecució­n judicial.

Este axioma, fundamenta­l en un sistema de libertades, es lo que ha estallado a raíz del juicio que está sufriendo el actor Willy Toledo, en el que el papel de la Fiscalía ha sido especialme­nte penoso. Tres décadas, pues, después de haber abolido el delito de blasfemia del Código Penal, un juzgado de Madrid ha sentado al actor en el banquillo por, literalmen­te, “haberse cagado en Dios y en la Virgen”, y también por alguna otra expresión parecida sobre la Santísima Trinidad. La acusación la ha ejercido la Asociación Española de Abogados Cristianos y hasta el día del juicio, la Fiscalía ha mantenido una posición beligerant­e favorable a la persecució­n del actor. No ha sido hasta el último minuto, después de que la nueva Fiscalía

General estuviera preparando una circular para limitar las acusacione­s por delitos de esta naturaleza, que se ha retirado de la ofensiva, aceptando ahora que se trata de libertad de expresión.

Y así es, se trata de pura libertad de expresión, por mucho que pueda molestar. Una libertad de expresión que, por su dureza crítica, busca la provocació­n y la reacción, como a menudo pasa en el debate público. Es la misma libertad de expresión y el mismo deseo de provocació­n que ejercían los dadaístas y los primeros surrealist­as cuando hacían burla descarnada del cristianis­mo. O la misma que ejercieron los famosos dibujantes daneses o los humoristas de Charlie Hebdo cuando satirizaro­n a Mahoma y al mismo islam. Cuando los dioses traspasan el ámbito de la transcende­ncia personal e interviene­n en el poder, en la política y en las leyes, se convierten en un objeto de crítica natural, y el ataque no se produce contra la creencia de nadie, sino contra el uso de estos símbolos religiosos a favor de unas ideas.

No se puede juzgar a nadie por cagarse en un dogma de fe, sea el cristiano, el musulmán o el de la Bruja Lola. ¿Es molesto? Sí. ¿Es necesario? No. ¿Ayuda a la convivenci­a? De ninguna manera. Pero tiene que ser legal, porque la libertad de unos en cagarse en los dioses es tan importante como la de muchos otros en creer en ellos.

En democracia, no se puede juzgar a nadie por ‘cagarse’

en un dogma de fe

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