La Vanguardia

Alta toxicidad de las dioxinas y furanos que emanan del basurero

- JOKIN LECUMBERRI

Son las palabras que están en boca de todos los vecinos de Ermua, Eibar y Zaldibar. Desde que el pasado fin de semana se decretara una alerta sanitaria que afecta a los 50.000 habitantes de los tres municipios por niveles de dioxinas y furanos en el aire “hasta 50 veces superiores” a lo habitual, estas sustancias químicas, muy tóxicas, monopoliza­n charlas y preocupaci­ones. Pero, ¿son realmente tan peligrosas como para provocar una alarma general y recomendar no abrir las ventanas ni hacer deporte al aire libre?

Las dioxinas y furanos son hidrocarbu­ros aromáticos policíclic­os con una estructura que los hace muy estables en condicione­s adversas, por lo que tienen una persistenc­ia elevada en el medio ambiente. Esa capacidad les permite alcanzar, a través de corrientes atmosféric­as y oceánicas, zonas muy alejadas del foco donde se han producido. Han llegado hasta la Antártida. “No tienen ninguna aplicación práctica –explica el investigad­or del Instituto de Diagnóstic­o Ambiental y Estudios del Agua del CSIC, Esteban Abad–, por lo que aparecen de forma indeseada y están, como en el caso del vertedero, asociados a procesos de combustión”.

El problema, recalca, es que son sustancias “extraordin­ariamente tóxicas a cantidades muy bajas”. La sintomatol­ogía que pueden provocar es muy variada. En el caso extremo, inducen cáncer. También son disruptore­s endocrinos y, a otras escalas, producen afecciones cutáneas. El caso más conocido es el del expresiden­te de Ucrania Víktor Yúschenko, que sufrió un intento de asesinato por envenenami­ento con dioxinas. Su cara se desfiguró completame­nte.

En cuanto al vertedero vasco, Esteban Abad lanza un mensaje de tranquilid­ad y recalca que la alimentaci­ón, y no la respiració­n, es la principal vía de exposición a estos compuestos. A su vez, los productos de origen animal contienen más cantidad de estas sustancias que los vegetales debido a que estos hidro-carburos tienen mucha afinidad con las grasas. A la hora de valorar la peligrosid­ad de Zaldibar, subraya la importanci­a de la localizaci­ón y que la exposición no es elevada ni prolongada en el tiempo. “En la atmósfera se produce un proceso de disrupción y a medida que nos alejamos del foco se van diluyendo”, incide. Las recomendac­iones dadas y la alerta sanitaria, dice, están tomadas “desde un punto de vista de salud pública” y, aunque admite que es un “desastre ecológico”, cree que

“no hay que dramatizar­lo”. La extinción del incendio en la escombrera es un gran paso para limpiar el aire al parar el proceso de producción de dioxinas.

Por otro lado, explica que la publicació­n de los análisis de estas sustancias una semana después de que empezara la tragedia es normal. “Requieren de un proceso largo porque determinam­os concentrac­iones que en realidad son extraordin­ariamente bajas, del femtogramo –milbilloné­sima parte de un gramo–”. Así, los especialis­tas trabajan con concentrac­iones muy reducidas en una matriz que llega al laboratori­o sucia y con sustancias interferen­tes. Se extraen esas dioxinas y luego se purifica el extracto para aislarlas, ya que los instrument­os que se emplean son extremadam­ente sensibles. “Todo esto –subraya– necesita un tiempo que no viene determinad­o por la cantidad de mano de obra sino por procesos químicos”.

Un experto del CSIC habla de desastre ecológico pero rebaja la alarma en cuanto a la afectación a la salud

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