Y así veo hoy a D10s
Hace un par de semanas, mientras impartía una clase de Periodismo, fui yo quien se llevó una buena lección. Pregunté a los alumnos, apenas veinteañeros:
–¿Sabéis quién era Indurain? Un silencio largo, cortante. Apenas dos alumnos levantaron la mano, no demasiado convencidos. Dos entre una treintena.
No es la primera vez que me veo así. A otros alumnos les he preguntado por Carl Lewis, con idéntico resultado. Cuando eso ocurre, les digo: –¿Sabéis quién es Usain Bolt? Ahí sí que levantan la mano. –¡Pues Carl Lewis era el Usain Bolt de mi época!
Algún día les diré:
–Dentro de veinte años, alguno de vosotros estará dando una clase y preguntará a los alumnos: ¿Sabéis quien era Rafael Nadal?. ¡Y no os gustará la respuesta!
(...)
Ahora que caigo, tengo que preguntarles qué opinan de Maradona. Llevo días haciendo eso, introduzco a Maradona en las conversaciones de sobremesa. Hace tiempo que Maradona dejó de jugar al fútbol. Y sin embargo, su figura no desaparece, no se va, permanece en la memoria y resurge de forma recurrente, casi siempre para mal.
Un día, Maradona increpa a los críos que han ido a pedirle un autógrafo. Les dice:
–¡Si me llaman más Diego, me voy! ¡Yo les pido que me respeten! (sic)
Otro día le preguntan algo a pie de campo y contesta: –Eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee. Y no dice nada.
No le sale nada.
Otras veces insulta a los rivales desde el palco vip. O baila de forma ridícula,
Me pregunto qué opinan los jóvenes sobre Maradona: ¿Es un narcisista venido a menos? ¿Saben quién es?
mientras bebe, al borde de una piscina. Así es como le vemos hoy.
En mis exploraciones de sobremesa, recojo respuestas unánimes. Mis interlocutores rechazan a Maradona. Muchos le consideran un demagogo, un narcisista venido a menos. También, un ser perdido e irrecuperable.
Me permito cuestionar sus opiniones. Sospecho que tiene que haber un rasgo en la intimidad, algo en los vestuarios que Maradona dirige, algo que periodistas y público desconocemos y que sólo podemos entrever en documentales como Maradona en Sinaloa.
Sus futbolistas se tatúan el apellido de Maradona.
O el rostro.
Se juramentan y se dejan la vida por el hombre, personalidad capaz de generar la corriente divina, la iglesia maradoniana, que se extiende de Rosario a Nápoles, vomitando retratos de D10s sobre decenas de fachadas y muros, los retratos que distinguirá la plantilla del Barça, en unos días, mientras se desplaza al estadio San Paolo.
Es absurdo. Pero es fe.