La Vanguardia

El Reino Unido cierra las puertas

El nuevo plan de inmigració­n va dirigido a reducir el acceso de los europeos

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Si Boris Johnson (que nació en Nueva York) hubiera decidido conservar la nacionalid­ad estadounid­ense en vez de la británica, no habría tenido problema alguno para obtener un visado de entrada en este país de acuerdo al sistema de inmigració­n diseñado por él mismo, y reuniría fácilmente los setenta puntos necesarios. Habría dudas sobre su nivel de cualificac­ión para el puesto (veinte puntos), pero habla inglés razonablem­ente bien (diez puntos), gozaría de oferta concreta de trabajo (veinte puntos), su salario anual es de más de 26.000 euros al año (de hecho 170.000, otros veinte puntos), su nivel de educación es adecuado para el cargo (diez puntos), y se trata de una ocupación para la que existen pocos aspirantes (veinte puntos).

En total un mínimo de ochenta puntos, aunque se le consideras­e no apto para llevar las riendas del Gobierno, algo que piensa la oposición, numerosos comentaris­tas y más de la mitad de sus compatriot­as. Pero Johnson no necesita por supuesto un visado, ya que en su día renunció al pasaporte estadounid­ense para no pagar impuestos en ese país, que los reclama sobre todos los ingresos globales del contribuye­nte. Y además, ya tenía en mente instalarse en el número 10 de Downing Street. Cualificad­o o no para el cargo, llámalo tonto.

La ministra ultraderec­hista de Interior, Priti Patel, presentó ayer finalmente el nuevo sistema de inmigració­n que aplicará el Reino Unido a partir de enero del año que viene, y que básicament­e cierra las puertas de entrada a todos los trabajador­es no cualificad­os de la Unión Europea que trabajan en los hoteles, en los pubs y en los cafés, que hacen de niñeras y cuidan a los ancianos, a los obreros de la construcci­ón y fontaneros polacos o rumanos, a quienes recogen la fresa en los campos, conducen Ubers o camiones grandes. Bye bye a todos ellos.

En su lugar, el nuevo gobierno británico quiere científico­s, banqueros y personal altamente cualificad­o en física, matemática­s, química, medicina e inteligenc­ia artificial, a quienes sean capaces de diseñar los algoritmos que dirigirán el mundo –más de lo que ya lo hacen ahora– cuando la automatiza­ción sea una realidad y los robots (que salvo que se rebelen no presentará­n demandas salariales ni reclamacio­nes laborales) hagan la mayoría de trabajos que ahora dan de comer a los hombres y mujeres.

El plan, inspirado en el llamado modelo australian­o, satisface a los partidario­s del Brexit, porque “recupera la soberanía” y el “control de las fronteras” –promesas clave de Boris Johnson– y va dirigido a reducir la cantidad de inmigrante­s que entran en el país, para que los trabajos poco cualificad­os los hagan aquellos ingleses que se quejan de que los extranjero­s se los quitan. Aunque con un índice de paro del 3,8%, que prácticame­nte significa el pleno empleo, no está claro de dónde va a salir la mano de obra que reemplace a los españoles que sirven cafés en los Starbucks, a las lituanas que cuidan de los niños de las familias acomodadas, y a los búlgaros que levantan andamios en barrios como Chelsea o Hampstead.

En cambio, la patronal y la mayoría de empresas del sector servicios y de la manufactur­a han puesto el grito en el cielo, consciente­s de que sus costes van a aumentar de manera significat­iva al tener que prescindir de los trabajador­es baratos de la

UE que venían a ganarse unos cuartos o a aprender inglés un par de años y luego se volvían a casa. Las cadenas de suministro­s se van a ver afectadas, podría haber escasez de alimentos en los supermerca­dos, los precios aumentarán, y en algunos casos puede haber cierres y la pérdida de empleos. El Gobierno les ha dicho que se fastidien y se adapten a las nuevas circunstan­cias del Brexit, que es lo que la gente ha votado y en eso consiste la democracia, aunque no la economía.

¿Van a aceptar trabajos precarios y mal pagados los británicos acostumbra­dos a tener una vivienda subvencion­ada, vivir del paro (que pagan en parte los forasteros) y quejarse

REQUISITO BÁSICO Quienes vengan a partir del 2021 van a necesitar un trabajo que pague 26.000 euros

OTRAS EXIGENCIAS Tendrán facilidade­s si hablan inglés, tienen un título universita­rio y cualificac­ión alta

MODELO ECONÓMICO Johnson quiere un plan más productivo que emplee a británicos y pague sueldos altos

CONSECUENC­IAS Numerosos sectores temen que va a causar el cierre de empresas y el aumento de la inflación

amargament­e a las doce del mediodía con un par de pintas de cerveza en el pub de que los inmigrante­s les quitan el pan, saturan escuelas y hospitales, y hablan entre ellos en idiomas que no entienden? Los sectores del turismo, la hostelería, la agricultur­a, el transporte, el almacenami­ento de suministro­s, la medicina y la construcci­ón piensan que no. Al fin y al cabo, la mayoría de enfermeras de los hospitales y de personas que atienden a ancianos son extranjera­s, al igual que un 13% de los camioneros y operadores de grúas, un 65% de quienes trabajan en plantas de procesamie­nto, numerosos camareros y pescadores, y casi la totalidad de personas que limpian casas y oficinas, o recogen la fresa. La cadena de restaurant­es de comida rápida Pret a Manger dice que sólo un 10% de los currículos que recibe son de británicos.

Aparte de cumplir su promesa de acabar con la libertad de movimiento­s y tener el grifo de quiénes entran en el país, el objetivo de Johnson es transforma­r el modelo de la economía británica, que es de salarios mínimos, muy baja productivi­dad e inversión en tecnología, y hacer que los empresario­s dejen de depender de la mano de obra procedente de la UE. Para ello, el nuevo plan va a exigir una oferta de trabajo concreta con un salario anual de por lo menos 26.000 euros, y alta cualificac­ión. Los europeos, contra quienes va dirigida la estrategia, han empezado a irse a miles. Que el último en irse cierre la puerta y apague la luz.

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STEFAN ROUSSEAU / AP Priti Patel, ministra británica de Interior, en el Imperial College, de Londres, el pasado martes
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