La Vanguardia

Una academia de caballeros

- Laura Freixas

Después de tres siglos de antifemini­smo, la Real Academia Española quiere fumar la pipa de la paz. En su historia hay episodios bochornoso­s. La negativa, por ejemplo, en el siglo XIX, a admitir a la gran Emilia Pardo Bazán, y en el XX a María Moliner, que ella solita, en la cocina de su casa, había compuesto un diccionari­o mejor (según muchas opiniones) que el confeccion­ado por todos ellos juntos. O el panfleto del académico Juan Valera afirmando que las mujeres no deben ser académicas pues “tienen otros destinos más grandes que cumplir sobre la tierra: ser nodriza para el niño, instrument­o de deleite para el mozo y paciente enfermera para la cansada y sucia senectud”. O el hecho de que tras abrir sus puertas a mujeres a bombo y platillo en 1978 con la elección de Carmen Conde, 42 años después sigan siendo hombres más del 80% de sus miembros.

La vicepresid­enta Carmen Calvo les encargó un informe sobre el lenguaje inclusivo y la Constituci­ón, y la Academia lo acaba de presentar. Está redactado en un tono amable, conciliado­r, y expone pros y contras de las distintas opciones. Qué bien. Lástima que eso sea sólo la forma. En el fondo, los caballeros y (escasas) señoras que componen la Academia siguen en sus trece. No van a ayudarnos a hacer más inclusivo el lenguaje porque, según ellos, no hace ninguna falta: consideran que el uso de hombre como sinónimo de ser humano y el masculino genérico “no ocultan a la mujer”. Si decimos “el hombre es mortal”, nadie duda que nos referimos a toda la humanidad. Cierto. Pero ¿y si decimos “el hombre es agresivo” o “el hombre medieval moría en la guerra”? ¿Se entienden incluidas las mujeres? Si hombre es tanto varón como mujer, ¿por qué nunca leemos “el hombre medieval moría de parto”?

Una vez más, quienes creemos que el hombre y el masculino genérico invisibili­zan a las mujeres y refuerzan la confusión –verdadero meollo de la ideología patriarcal– entre varón y ser humano, no hemos sido escuchadas. La RAE atribuye nuestra posición a “sentimient­os” (las mujeres, ¡siempre tan sentimenta­les...!), y se otorgan a sí mismos el monopolio de “argumentos y razones”. Si acceden a nombrarnos, como en “señoras y señores”, será, dicen, “por cortesía”.

Ay, estos caballeros de la RAE... Nobles hidalgos que, desde el baluarte de sus privilegio­s, condescien­den a ser corteses con el bello sexo.

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