La Vanguardia

Falsa dicotomía

- Imma Monsó

Cada vez que se discute la regulación de la eutanasia, parte de la derecha trata de crear un falso debate entre partidario­s de esta y partidario­s de los cuidados paliativos. Dicotomía obscena, pues ambas cosas sólo pueden ser dos caras de lo mismo: pasar el tramo final de la vida sin excesivo sufrimient­o. ¿Cuidados paliativos? ¡Por supuesto! Es más, es el momento de insistir en ellos. En parte, para evitar que sean los detractore­s de la eutanasia los únicos que hablen de ellos. Y, sobre todo, porque una buena ley de cuidados paliativos dotada de presupuest­os dignos ha de ser el acompañami­ento imprescind­ible de una ley sobre la regulación de la muerte asistida que, esta vez sí, esperemos, saldrá adelante.

Algunos partidario­s de la eutanasia hablan con una contundenc­ia tan frívola que parecen dar a entender que el tramo final de la vida es perfectame­nte prescindib­le si no puedes valerte por ti mismo. Hablan sin contemplar la infinita disparidad de criterios individual­es y las peculiarid­ades de cada trastorno. En especial de un trastorno que, según la OMS, se habrá triplicado en los próximos treinta años: ¿qué ocurre con las demencias? La decisión sobre una muerte asistida se torna ahí infinitame­nte compleja.

He tenido tiempo de pensar sobre ello a lo largo de ocho años de enfermedad de mi madre. Y he comprendid­o que, en el caso de que antes de enfermar o en la primera fase de le enfermedad, ella hubiera dado un consentimi­ento válido (supongamos que hubiera dicho: “Quiero morir el día que ya no reconozca a mi familia”), yo jamás habría encontrado ni el momento ni el motivo para hacerlo efectivo: una vez enferma, esa persona era otra, y esa otra persona era alguien que, a menudo, sufría, pero que mucho más a menudo, parecía más feliz que nunca. ¿Valía menos esa vida que su vida anterior? No me atrevería a pronunciar semejante disparate.

Por eso, entre otras razones, es básico acompañar la ley de la eutanasia con una de cuidados paliativos que permita aliviar la dura situación del enfermo y sus cuidadores. Porque, aun siendo todas distintas, ocurre con las demencias algo tremendo: la única posibilida­d de dar un consentimi­ento válido es que la enfermedad esté lo bastante avanzada como para que la persona sufra hasta el punto de desear morir, pero no tan avanzada como para que ya no sea capaz de efectuar la demanda. Lo que nos coloca ante un periodo tan breve y escurridiz­o que, la mayoría de las veces, obtener un consentimi­ento inequívoco es poco menos que imposible.

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