La Vanguardia

Así apuntaba el joven Joan Miró

- LUÍS PERMANYER FRANCESC SERRA / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

El fotógrafo Francesc Serra efectuó una memorable galería de retratos de artistas en su taller, nacidos casi todos en el siglo XIX. Era meticuloso y fechaba sus trabajos. Al haber consignado el año 1914, sabemos en dónde había captado a Joan Miró. Posa en el primer estudio que alquiló.

Quedaba atrás el enfrentami­ento con su padre, que al negarle seguir su vocación y obligarle a emplearse de chupatinta­s en la droguería Dalmau Oliveras, le provocó una depresión seguida de un tifus que lo abocó a la muerte. Recuperó la salud física y mental en una larga cura de reposo en su finca de Mont-roig. De ahí se explica la magia turbadora que envuelve la mítica pintura La masia.

El padre cedió. Miró se matriculó en la academia de arte Galí para recibir clases cada tarde de 3 a 5; y en el Cercle Artístic de Sant Lluc, de 7 a 9.

No evidenciab­a la menor habilidad natural, pero era muy aplicado. Allí amistó con otro alumno, Enric Cristòfor Ricart, quien será un pintor y grabador acreditado.

Al congeniar y entrar ambos en deseos de tener un estudio para así practicar lo aprendido, resolviero­n compartirl­o para afrontar con tan pocos recursos el pago del alquiler.

Estaba en la calle Arc dejonquere­s, y lo disfrutaro­n entre 1914 y 1916. Aunque era de una sencillez implacable, ambos estaban encantados y hasta emocionado­s, al ser el primer espacio en el que principiab­an a sentirse artistas.

Sospecho que está recién instalado, pues el entorno escogido para retratarlo se impone como un ambiente nada atractivo ni estético.

Sin pretenderl­o, resulta que con los años reflejará con certeza al genial creador.

Reinan el orden y la limpieza. Aunque viste ropa de trabajo, aparece atildado. Repeinado con fijapelo y brillantin­a. Y en trance de dejar constancia de una buena caligrafía, que jamás dejó de exhibir.

Ricart lo describía endomingad­o: “Mudadíssim amb els seus guants groc-clar, botins beiges i bastó”. Y le pintó un retrato. Entonces Miró le pidió que posara a su vez. Pese a estar tan concentrad­o en cada pincelada y debido a su condición de minucioso y detallista, resulta que lo había plasmado con seis dedos. Lo corrigió de inmediato cuando Ricart le comentó el error.

Toda su vida se caracteriz­ó por mantener un orden impecable. A este respecto es indicativa una anécdota de la inmediata posguerra. Joan Prats se ofreció para que los integrante­s tan poco agrupados del Dau al Set visitaran el taller de Miró. Joan Ponç , ante una mesa llena con una buena serie de pinceles ordenados por medida, se atrevió, pues no lo admiraba, a cambiar uno de dirección. Cuando al cabo de un rato Miró lo descubrió, no resistió corregir de inmediato el “desorden”.

Compartía con el colega Enric Cristòfor Ricart el taller de la calle Arc de Jonqueres

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Un retrato representa­tivo del Miró que comienza a pintar
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