La Vanguardia

Mozart, qué gran Netflix en dos actos

El público del Liceu se engancha a la trama y los recitativo­s de ‘La clemenza di Tito’, alegato de la benevolenc­ia del poder

- Maricel Chavarría Barcelona

Dos siglos y medio después, Mozart nos rescata del sofá y de la adicción a las series. Si trabajara hoy en la producción audiovisua­l, en lugar de en los teatros de su época, sería el rey de las miniseries. Con él los recitativo­s cobran todo el sentido. Las partes habladas de las óperas serias son las que suelen hacerse más pesadas, pero en La clemenza di Tito que ayer se estrenó en el Liceu, eran justamente las que mantenían viva la atención del público, desembocan­do en arias de una gran belleza mozartiana.

Mozart fue un verdadero hombre de teatro. Ópera seria, ópera bufa o singspiel, ninguno de los géneros propios del espectácul­o operístico de su época se le resistían. Menos aún con Pietro Metastasio como libretista. De hecho, esta ópera en dos actos es la más versionada por los compositor­es de la época. Mozart la compuso en el último año de su vida, simultánea­mente con La flauta mágica, para la coronación de Leopoldo II como rey de Bohemia. Y lo increíble es su mezcla de inocencia y cinismo al perpetrar algo suficiente­mente exótico e improbable como es el retrato de un soberano magnánimo, incapaz de imaginar la perfidia. Un emperador en la Roma del siglo I d.c. al que nada le quedaba si le quitaban “el gusto de ser generoso con mis súbditos”.

Conmovido por los sentimient­os amorosos de las personas, estaba dispuesto a perdonar la más alta traición. En este caso, la conjura de Vitellia y su amante Sesto para asesinarle y derrocarle de su trono.

El montaje de David Mcvicar busca hacer el argumento entendible. Sin frivolidad­es innecesari­as y con una escenograf­ía que es un palacio imperial de altas columnas y empinadas escaleras de mármol, por las que ascienden, atléticos, los figurantes/soldados. Lo que sí hay, en esta producción correcta, es una trasposici­ón temporal a través del vestuario, pues en lugar de togas romanas los personajes visten al estilo primer imperio francés, lo cual no afecta al sentido moral de la obra y le insufla atemporali­dad.

Curiosamen­te, La clemenza di Tito llegó muy tarde al Liceu, en 1963. Y Xavier Montsalvat­ge, entonces crítico de este diario, decía que el único interés lo mantenían “el encanto refinado y espiritual de las fórmulas sonoras, deliciosam­ente equilibrad­as entre las voces y la orquesta”. Y mientras en aquel momento no le interesó un pimiento a nadie este Mozart, ahora en cambio parece entroncar con la pasión generaliza­da por el suspense.

La Simfònica del Liceu delicadame­nte

Stèphanie d’oustrac se lleva la mayor ovación como Sesto, en los cinco minutos de aplausos finales

dirigida por Philippe Auguin –tal vez demasiado, la hizo durar 15 minutos de más–, contaba en escena con buenas voces y un buen acting, especialme­nte por parte de la soprano Myrtò Papatanasi­u, que logra hacerse odiar como Vitellia, la intrigante aspirante al trono, y de la mezzo Stéphanie d’oustrac –la más ovacionada en los cinco minutos de aplausos finales– en el papel de su enamorado Sesto que se ve forzado a traicionar a su emperador y canta: “No sabía que ser malvado fuera tan difícil”, Paolo Fanale fue un Tito con presencia y buen color, pero fuera de estilo. Ah, y fantástica Anne-catherine Guillet en Servillia.

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ÀLEX GARCIA Annio (Lidia Vinyes-curtis) va en busca de Vitellia y Sesto (Myrtò Papatanasi­u y Stéphanie d’oustrac)
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