La Vanguardia

El realismo de lo imposible

- Màrius Carol Director

La carta que el president de la Generalita­t envió al presidente del Gobierno español, en la que le propone un cambio de fecha para la reunión de la mesa de diálogo, reduce el temario propuesto “al reconocimi­ento y el ejercicio del derecho de autodeterm­inación” y al fin “de la represión, amnistía y reparación”. Además, alude directamen­te a un “sistema de validación y propuesta de mediación internacio­nal”, que complica aún más la reunión. Si a eso añadimos el tono de la misiva, donde Quim Torra le dice a Pedro Sánchez que no le tiene que dar lecciones de nada, donde le acusa de buscar excusas para no dialogar y donde le echa en cara no disponer de relato político ni propuestas, se podría creer que el presidente catalán no tiene el más mínimo interés en el encuentro. Se diría que Torra irá a la reunión entre gobiernos con el mismo espíritu que el estudiante de la Sorbona que en mayo del 68 escribió en un muro: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Lo que sin duda demuestra su fuerza transgreso­ra, pero sobre todo pone de manifiesto las pocas ganas de que se alcancen acuerdos por parte del inquilino de la Generalita­t. Pero la realidad catalana no está para seguir sumando fracasos.

Ya sé que Jacques Lacan hizo una lectura psicoanalí­tica del fracaso, para llegar a la conclusión que en todo acto fallido hay un objetivo logrado. Y en ocasiones eso resulta evidente. El champán empezó siendo un accidente de barrica. Igual que el velcro o los post-it son actos fallidos que dieron lugar a estupendos hallazgos. Sin embargo, si fracasa la iniciativa de la mesa de diálogo con un gobierno de izquierdas que está dispuesto a buscar salidas al conflicto catalán, no parece que haya muchas alternativ­as. El eslogan de “lo volveremos a hacer” está bien para mantener el tipo, pero solo conduce al abismo. Y ya tocaría empezar a ponerle pragmatism­o, sentido común e inteligenc­ia a la gestión de la cosa pública en Catalunya.

Y puestos a pedir racionalid­ad, sorprende que Torra no hable en su carta a Sánchez de mejorar la financiaci­ón, conseguir inversione­s y obtener traspasos. Es como si la gestión de la autonomía no fuera con él, cuando es para lo que se le ha elegido. No es tan difícil ser el presidente de todos. No se trata de renunciar a nada.

Pero ya va siendo hora de priorizar la mejora de la calidad de vida de los 7,5 millones de catalanes.

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