La Vanguardia

Crisis del pescado en la frontera

Marruecos reduce un 80% la cantidad de la variedad de pescados que dejaba entrar en Ceuta

- ENRIQUE FIGUEREDO

Los oriundos de Ceuta gustan de llamarse caballas y no ceutíes. Cuando alguien usa el gentilicio normativo se delata; no es de la ciudad. Ese sabroso pescado azul que los identifica abunda en las aguas que rodean a la ciudad autónoma, pero no en los puestos del mercado de abastos, ni por tanto en los platos de los consumidor­es caballas. Esta variedad escasea en las tiendas, como el resto del pescado que cada día pasa por la frontera con Marruecos, principal suministra­dor de tan básico alimento. Desde hace 15 días, “la llegada de pescado marroquí ha bajado un 80% y creemos que va a durar”, dice Mohamed, que vende en el mercado de Ceuta desde 1995.

El problema de la falta de pescado no pasa por alto a nadie en este enclave español en África. Es motivo de conversaci­ón por doquier. “Es raro que nadie hable de ello en la Península”, comenta algo enojado un funcionari­o jubilado, caballa de toda la vida.

La flota pesquera ceutí es hoy en día testimonia­l. Hay quien faena, sí, pero son poquísimas las embarcacio­nes que salen a la mar. Es imposible surtir al mercado con la mercancía autóctona. El pescado marroquí es muchísimo más variado y, ciertament­e, más barato. Así se entiende la paulatina desaparici­ón de la flota propia de la ciudad. “No tenemos plan B para estas cosas cuando Marruecos nos aprieta”, comenta un empresario de la hostelería de origen magrebí.

Los caballas creen que la situación responde a algún plan oculto del Gobierno de Rabat. Es un capítulo nuevo de un cambio de statu quo que se inició ya el pasado mes de octubre. En esas fechas, se produjo lo que en Ceuta ha venido a conocerse como el bloqueo de la frontera por la parte marroquí. Antes estaba atestada de porteadora­s magrebíes –principalm­ente eran mujeres– que entraban en la ciudad autónoma para comprar y que, cargadas de bienes de consumo, volvían a su país para revender la mercancía. Hicieron con ello su modo de vida. Hoy, prácticame­nte, no queda nada de todo ello. Comparado con años atrás, no hay matuteras a la entrada de la frontera. Estando en el paso fronterizo, resulta difícil creer que se había llegado a producir algún fallecimie­nto por efecto de avalanchas. Las porteadora­s querían aprovechar el turno de guardia marroquí más benigno y se producían peligrosas carreras. Más de una vez tuvieron que intervenir los servicios españoles antidistur­bios para evitar tumultos.

Eso se ha acabado por el momento. El rey Mohamed VI ha cortado por lo sano ese contraband­o consentido de facto durante años y años y la frontera se ha vuelto dura y bastante más despoblada. Nada se sabe de la suerte de las miles de personas que vivían de ello en el lado marroquí. Los controles alcanzan incluso a los ciudadanos del vecino país que trabajan cada día en Ceuta y que al cruzar la frontera por la tarde o noche son inspeccion­ados con enorme celo y obligados a deshacerse de cualquier cartón de leche o caja de galletas que puedan portar.

Los caballas piensan que la escasez de pescado es una vuelta de tuerca de Marruecos y muestran cierto sentimient­o de orfandad con respecto a sus autoridade­s políticas a todos los niveles, algo que también parece ser un distintivo autóctono.

Muchos de los vendedores de pescado del mercado no quieren hablar, especialme­nte los de origen magrebí, algunos incluso mienten abiertamen­te y dicen que no pasa nada, que el pescado ha vuelto con normalidad. “No haga caso. Pregunte a más gente”, comenta en voz baja un jubilado de origen marroquí con mal castellano.

Casi nadie se deja fotografia­r. “Al pescado sí, si quiere, a mí, no”, dice Mohamed.

Rafael lleva 35 años vendiendo pescado en el mercado de abastos. “Yo no recuerdo nada igual en la historia”, afirma tras el mostrador. “Por ahora voy aguantando, pero no puedo negar que afecta al negocio. Como verá, algunos puestos han tenido que cerrar”, añade mientras despacha unos calamares que la clienta esperaba más grandes. Es lo que hay.

“Tenemos miedo de que ahora pase lo mismo con las frutas y las verduras”, se lamenta el veterano funcionari­o jubilado.

La población de la plaza africana cree que la escasez responde a un plan oculto de Rabat

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ENRIQUE FIGUEREDO Sin abasto. Rafael vende pescado desde hace 35 años en el mercado de abastos de Ceuta y dice que nunca había visto una situación igual
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