La Vanguardia

La soledad en fin de semana

- Eulàlia Solé

Los fines de semana vienen a resultar temibles para los solitarios que se sienten solos. En una época en la que todo se estudia, con mayor o menor profundida­d, se ha descubiert­o que los sábados y domingos aterroriza­n a la gente que carece de compañía. Tanto si se trata de jóvenes como de personas maduras o mayores.

La explicació­n aparece sencilla. Para los que tienen edad de trabajar y lo hacen, los días laborables están llenos de obligacion­es, y además se mueven entre compañeros y compañeras más o menos agradables pero que siempre se hallan presentes. En cambio, si en sábado, domingo y otros festivos no se dispone de amistades o parientes con los que contar, la soledad entre las cuatro paredes caseras se hace insoportab­le. Ir solo al cine, al teatro, a un concierto son opciones poco apetecible­s en plena juventud o madurez. Quizás en buscar pareja por internet se encuentre una salida hacia un futuro mejor, quizás.

¿Y qué decir respecto de la gente mayor? La que entre semana tiene distraccio­nes en ir a la compra, asistir a conferenci­as o cursos diversos, pasar la tarde en un centro para jubilados donde conversar o disfrutar con los juegos de mesa. Estas posibilida­des de socializac­ión desaparece­n los fines de semana. Cuando más necesaria se hace la compañía, cuando el tiempo libre pesa en el ánimo de los que se sienten solos, los centros cívicos y clubs análogos están cerrados, sean públicos o privados. El personal trabaja de lunes a viernes, como correspond­e, y para el fin de semana no se prevén sustitucio­nes. Tampoco durante las vacaciones de verano, Semana Santa o

Navidad, periodos detestable­s para los anímicamen­te desamparad­os.

He aquí que el mundo anda al revés. Si de verdad se desea proporcion­ar bienestar emocional a la gente mayor con poca familia y amigos, no es tan sólo en los días laborables cuando hay que atenderlos, sino, y en mayor medida, durante unos fines de semana que suelen hacerse penosos e interminab­les. Ya va siendo hora de que los centros cívicos estén abiertos cada día del año, poniendo fin así a una nefasta incongruen­cia. No se trata de un simple anhelo, sino de una demanda inserta en el Estado de bienestar. Los impuestos también deberían servir para mejorar la vida de las personas hasta el fin de sus días.

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