De inmoral a inmortal
Frédéric Beigbeder busca la eternidad en ‘Una vida sin fin’, novela donde da voz a los principales científicos del mundo
El protagonista del último libro de Fréderic Beigbeder (Neuillysur-seine, 1965), Una vida sin fin (Anagrama) es Frédéric Beigbeder, alguien exactamente igual a él que, en un arrebato de ternura, y tras haber abandonado una vida disoluta, le promete a su hijita que no se morirán nunca. Luego, para ver si es posible cumplir semejante promesa, se lanza a dar la vuelta al mundo entrevistando a los principales científicos internacionales que trabajan sobre la longevidad y el ADN, como un caballero en pos del secreto de la inmortalidad.
Beigbeder, de visita promocional en Barcelona, explica que “todo lo que aprendí en este gran reportaje que viene a ser el libro me ha inquietado mucho”. El autor mezcla realidad y ficción, incluso en lo autobiográfico, pues aparece presentando en Youtube un programa, The Chemical Show, donde droga a los entrevistados antes de que respondan. “Me habría encantado presentar un programa así, en el que se toman una pastilla al azar, sin saber qué es, y el diálogo se va encauzando según los efectos de la química”.
“Todo lo que cuentan los científicos –resalta– es cierto, me lo dijeron durante las entrevistas. Sus nombres, las clínicas, los progresos tecnológicos y los hallazgos son exactos. Incluso las cosas que ni yo mismo comprendía, como toda esa parte de que el virus del sida va a salvar vidas. He rodeado toda esa realidad con acciones de una novela”.
Beigbeder destaca que, en Frankenstein, “la primera novela de ciencia-ficción, Mary Shelley se basa en los descubrimientos e intuiciones científicos de su época, que aventuraban que la electricidad sería capaz de reanimar un cadáver y devolverlo a la vida, algo que hoy hacemos cotidianamente. Del mismo modo, en Drácula,bram Stoker imaginó, a partir de leyendas muy antiguas, la eternización por el vampirismo, que es hoy una de las líneas de investigación clínica más fecundas, la de inyectarse sangre de jóvenes para rejuvenecer. Yo lo hice, sangre pura de vírgenes californianas”.
Otro tema es la paternidad, que evita el suicidio del narrador. “No sé si yo hubiera tenido la valentía de matarme –admite–. Pero la paternidad obliga al hombre a ser responsable... un poquito. A gente irresponsable, como los artistas, la paternidad puede salvarles, de la tentación, de la ligereza permanente. Agradezco mucho a mis hijas que me hayan dado esto, son ellas las que me cuidan a mí”.
La inmortalidad, prosigue, “es el sueño más antiguo de la humanidad, el primer texto encontrado es el Poema de Gilgamesh, que es un hombre que busca la inmortalidad. Desde siempre, la humanidad ha tenido la utopía de vencer a la muerte, un sueño que condujo a la fundación de religiones, iglesias, que nos ofrecen esa promesa, la de la vida eterna”.
Humanos impresos en 3-D, híbridos con otras especies animales... “El único límite es nuestra imaginación”, le confiesa un científico. “El dilema de la humanidad es este –concluye–: placer (que fastidia la salud) o una vida muy aburrida (que protege el organismo y permite vivir más años). Mire, yo prefiero suicidarme bebiendo, divirtiéndome, comiendo charcutería... esa es la gran pregunta: ¿Placer que mata o aburrimiento que protege? ¿Qué haría usted? (no me conteste)”.
“‘Frankenstein’, la electricidad que resucita, y ‘Drácula’, la sangre que rejuvenece, son hoy pura ciencia”