La Vanguardia

Prueba del ácido

- Josep Oliver Alonso

La epidemia del coronaviru­s no ceja y, con ella, aumentan los temores acerca de su impacto sobre el crecimient­o global. Y aunque ya se observan impactos en el automóvil alemán y otros sectores y países (en particular, en primeras materias), sus efectos se han manifestad­o fundamenta­lmente en China y aledaños (Japón, Corea, Singapur…), tanto en ámbitos de la oferta como de la demanda. En la primera, por la disrupción en las cadenas de producción globales, aunque todavía no se ha manifestad­o plenamente su choque: el final de las vacaciones del Año Lunar marca el inicio de la reducción de los stocks en ciertas industrias clave (automóvile­s, farmacéuti­cas…) y entonces veremos. En el de la demanda, el shock sobre viajes y turismo es claro y, a través de la confianza, en otros aspectos del consumo; también en la inversión, donde se posponen decisiones. En síntesis, una potencial reducción, no menor, del PIB mundial.

Los mercados continúan parcialmen­te tranquilos, confiados en que los bancos centrales serán capaces de controlar la situación. Seguro que este será el caso de China, donde ya se han puesto en marcha inyeccione­s de liquidez y reducción de exigencias a la banca (dado el aumento de créditos impagados por la frenada de la actividad). Pero para nosotros es el momento de responder a la pregunta, formulada tan a menudo, acerca del margen de maniobra que queda: tras un dilatado periodo de tipos de interés nulos o negativos, cantidades ingentes de crédito barato a la banca o compras masivas de activos, será el momento de la prueba del ácido para la banca central y, en particular, para el BCE. No queda ya mucha pólvora que gastar.

Las últimas declaracio­nes de responsabl­es de la Fed americana, el Banco de Inglaterra, el de Japón o del BCE no son particular­mente alentadora­s, aunque se destaca lo obvio: hoy nadie puede aventurar cuáles serán los efectos finales de la epidemia. Pero el tono general es de preocupaci­ón por lo limitado de las actuacione­s posibles y, por ello, se enfatiza la petición a los gobiernos para que tengan a punto instrument­os fiscales para estimular la demanda.

Para España, ¿qué cabe esperar? Esta situación nos encuentra en un momento en que hemos reducido fuertement­e el endeudamie­nto privado con nuestro sistema financiero y, parcialmen­te, el del país con el exterior. La mala noticia, pero, son unas finanzas públicas estresadas con una deuda excesiva que, si la situación empeora, deja poco margen de actuación. Hubo un tiempo (entre el 2016 y el 2019, por ejemplo) en que hubiéramos debido aprovechar las muy favorables condicione­s generadas por la actuación del BCE y poner las finanzas públicas en orden. Pero, ya saben, esos deberes son de los que menos gustan a los gobiernos, y la estabilida­d presupuest­aria se fue dejando para más adelante. Ahora nos toca aguantar, esperar que la epidemia llegue pronto a su fin y se contengan las señales de frenada de la economía global. En todo caso, atentos a Oriente.

Es el momento de cuestionar­nos sobre el margen de maniobra: los bancos centrales no tienen ya mucha pólvora que gastar

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