La Vanguardia

Esperando el fracaso

- FRANCESC-MARC ÁLVARO

Sobre el papel, el mitin multitudin­ario del pasado sábado en Perpiñán tenía como excusa la celebració­n de un éxito del independen­tismo: que Carles Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí han tomado posesión de sus escaños en el Parlamento Europeo, a pesar de la persecució­n de la justicia española. Eso da moral a las bases, lógicament­e desconcert­adas y desfibrada­s desde octubre del 2017, pero no desmoviliz­adas, como se volvió a comprobar.

Por debajo de la vindicació­n de esta victoria, lo que anima de verdad a los convocante­s del acto de Perpiñán –casi todos los discursos lo manifestar­on– es la espera de un fracaso rotundo: el de la mesa de diálogo de gobiernos, que se puso en marcha el miércoles en Madrid. Puigdemont no dijo nada de esta iniciativa, prefirió delegar en Ponsatí (que encarna la pureza del activista) la enmienda a la totalidad de una negociació­n que, paradójica­mente, el expresiden­t quiere controlar, mediante la participac­ión de dos personas de su estricta confianza. Me hubiera gustado ver la cara del president Quim Torra mientras Ponsatí advertía al público de que “no nos dejemos engatusar por futuras fotos de mesas y diálogos engañosos que sólo buscan ganar tiempo para Pedro Sánchez”.

Más que la fiesta de arranque de la precampaña de Puigdemont (que también lo fue), el mitin de Perpiñán pretende cambiar sin disimulo el marco imperante hoy en Catalunya, que es el del intento de explorar una salida pactada al conflicto. Contra el marco que Esquerra Republican­a ha fijado para transitar a largo plazo, Puigdemont apela a las emociones y al mito de la revuelta pendiente, para instaurar el marco del fracaso del diálogo (el cuanto peor, mejor), que le daría la razón y lo haría automática­mente vencedor. Los silbidos de una parte de los asistentes a las palabras grabadas de Oriol Junqueras indican la dureza de la partida.

El marco que ERC ha fijado parte de una realidad tozuda que, en la práctica, Junts per Catalunya también asume, a pesar de negarla retóricame­nte: no hay apoyo social ni bastante fuerza para repetir la vía unilateral. En cambio, el marco del fracaso que Puigdemont quiere hacer dominante parte de la promesa de una independen­cia exprés, la del proceso original. Por eso alimenta una burbuja épica que sus seguidores celebran pero que lo aleja de la Catalunya de ahora, que no vive el mismo ambiente que en diciembre del 2017, cuando se celebraron las últimas elecciones al Parlament. En este sentido, es muy revelador que el lema del mitin fuera “La República al centre (del món)”, un mensaje que –más allá de la referencia daliniana– transmite un irrealismo involuntar­iamente paródico.

Puigdemont, que quiere superar el espacio convergent­e, mantiene un rasgo caracterís­tico típico del pujolismo: la ambigüedad. Su consigna del sábado fue “preparémon­os”. El objetivo de esta preparació­n, según añadió, es la “lucha definitiva”, horizonte inconcreto que cada uno puede imaginar como quiera, porque la ausencia de estrategia es clamorosa: el momentum, el desbordami­ento popular, la desobedien­cia a gran escala, el Maidán catalán, la llegada de mediadores de la Unión Europea... O la victoria electoral de Jxcat.

Puigdemont mantiene la ambigüedad, un rasgo caracterís­tico del pujolismo

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