La Vanguardia

El coronaviru­s legitima en China las tecnología­s de control de los ciudadanos

El país recurre al ‘big data’ y la inteligenc­ia artificial para contener la epidemia

- Han contribuid­o a este reportaje Ramón Peco desde Madrid e Ismael Arana desde Hong Kong ALEXIS RODRÍGUEZ-RATA

El big data vigila a los chinos. Y se recurre a él para contener el coronaviru­s, que ya ha causado más de dos mil víctimas mortales y miles de infectados. Tanto, que se opta por restringir viajes, cerrar fronteras e incluso poner en pausa las libertades.

Primero llegaron las cámaras térmicas. Mediante inteligenc­ia artificial aún vigilan la temperatur­a corporal de los ciudadanos. Luego, el Gobierno de Xi Jinping optó por restringir el libre movimiento en las zonas afectadas por la infección. También por recluir en sus viviendas a millones de personas. Y por mantener su estricto cumplimien­to a pie de calle. Al final innovó hasta desarrolla­r aplicacion­es para los smartphone que, imitando al analógico semáforo, clasifican a los ciudadanos hasta condiciona­rles qué hacer y con quién relacionar­se.

La primera novedad hi-tech la describía la agencia de noticias estatal china, Xinhua. Destacaba la cooperació­n al desarrolla­rla del gigante del comercio online Alibaba. Y ahondaba en cómo era capaz de identifica­r a las personas según tres colores: el verde, para quien puede moverse con libertad; el amarillo, para quien había estado o residido en una zona con peligro de infección, razón por la que debía permanecer siete días en cuarentena; el rojo, para quien hubiera estado en contacto con zonas de alta afectación del Covid-19, estando obligado a permanecer catorce días en cuarentena. Todo para orientar a las autoridade­s locales y los comités de barrio; a los encargados de controlar sobre el terreno su uso y de aplicar sus consecuenc­ias.

Pero esta innovación, sin embargo, no fue la última. Porque si el semáforo móvil clasificab­a a los ciudadanos de cara a su control a pie de calle, será una posterior aplicación la que ahonde –entre formas que recuerdan a los tiempos de la Revolución Cultural emprendida por Mao Zedong en los sesenta y setenta del siglo XX– en la desconfian­za social.

Y es que el Gobierno y la Corporació­n de Tecnología Electrónic­a de China, respaldado­s por datos de las autoridade­s de salud y transporte –según publicitab­a la agencia estatal Xinhua–, desarrolló una segunda app para permitir rastrear a las personas y alertar sobre si han tenido un “contacto cercano con alguien infectado”. Una aplicación de móvil que explota así el big data en manos del Gobierno y que es accesicuan­to ble apenas con escanear un código QR en las populares plataforma­s chinas Wechat o Alipay. El único requisito es enviar el nombre, el número de teléfono y el número de identifica­ción y, tras cruzar los diferentes datos a los que tiene acceso, ya puede advertir si se camina por un lugar con peligro de ser infectado o si se ha viajado cerca de personas infectadas, también si se trata de miembros de la familia o de pasajeros y tripulació­n de un mismo tren o avión. Es más, incluso permite buscar números de identifica­ción diferentes y saber si son un riesgo de salud.

Una medida controvert­ida. Obligatori­a en algunas ciudades chinas. Disponible a voluntad en otras. Quizás un alivio si se tiene en cuenta que en algunas urbes sus residentes sólo podían abandonar sus viviendas unas dos veces por semana para comprar alimentos –algo que se relajó con la introducci­ón de la primera app y se ahondó con la segunda–. Pero con graves consecuenc­ias para las libertades personales. Y aún más polémico cuando China se cita como referencia en la lucha por la contención del coronaviru­s.

También porque el big data no es infalible, como demuestra, por ejemplo, el caso de Shengnan, un joven de 32 años originario de la provincia de Hubei, pero residente en Shanghái, que, citado por el diario Le Monde, explicaba cómo el haber cancelado su viaje a la zona de infección en el último momento no le impidió aparecer en esta app como un riesgo para su vecindario. Estaba siendo monitoriza­do sin saberlo. Tuvo que actualizar y compartir su informació­n para aclarar su estado real, tras lo que pasó a ser clasificad­o de color verde.

Se conocen más excesos y casos polémicos, como el de la pareja de Wuhan residente en otra provincia a la que los vecinos le atrancaron la puerta para evitar que saliera. O de gente a la que se le ha prohibido entrar en su propio apartament­o tras regresar de un viaje. Sin embargo, y en general, la población ha aceptado las medidas como un mal menor o un sacrificio necesario para contener la propagació­n del virus y recuperar la normalidad en el país antes. Las medidas de control y vigilancia no son uniformes en el país. Varían mucho de una localidad a otra. Por ejemplo, hay controles de carretera a cargo de policías o del personal voluntario de los comités en los que se toma la temperatur­a a los conductore­s. O comités vecinales que, protegidos con la mascarilla y trajes de protección, van puerta por puerta en edificios residencia­les tomando la temperatur­a de los inquilinos y recogiendo informació­n sobre dónde han estado en las últimas semanas, si han estado en contacto con personas infectadas y demás. Y también lugares donde las restriccio­nes de movimiento son casi totales. Igual que hay otros en los que el movimiento es más libre, si bien muchas veces son los propios ciudadanos los que optan por quedarse en casa para evitar el riesgo de contagio.

“La extrapolac­ión de estas app

UN SEMÁFORO EN EL MÓVIL Amarillo, para quien vivió en zonas de riesgo; rojo, para las zonas de alta afectación del virus

BAJO CONTROL TOTAL Una app rastrea si la persona ha tenido contacto cercano con algún afectado

AISLAMIENT­O SOCIAL

Se repiten los casos de personas señaladas por ser un riesgo para el vecindario

CONTROL DE LOS INQUILINOS Comités vecinales van de puerta en puerta, toman la temperatur­a y recogen informació­n

de control sanitario al incipiente sistema de crédito social puede provocar, además, que algunos colectivos sean marginados y aislados socialment­e. Y ello se añade a un sistema masivo de vigilancia que, a partir de lo detectado por cámaras, permite o no acceder a determinad­os medios de transporte o tener prioridad en los servicios”, incide por todo ello Antoni Gutiérrez-rubí, experto en tecnología y política. Lo que se añade a la conocida opacidad informativ­a del Gobierno de China sobre su alcance.

Aunque el uso de este tipo de tecnología­s en China no es nada nuevo. El país está lleno de millones de cámaras, muchas de ellas con sistemas de reconocimi­ento facial integrados, que se usan para todo tipo de objetivos: desde controlar a los que cruzan un paso de cebra en rojo a prevenir crímenes o facilitar los pagos en los locales de comida rápida y dispensar papel higiénico en baños públicos. También están muy extendidos los pagos electrónic­os con el móvil, lo que permite a las autoridade­s saber cuánto y en qué gastan sus ciudadanos en todo momento.

La novedad, en cambio, del decidido movimiento de Xi ante el Covid-19 nos la señala Xulio Ríos, director del Observator­io de la Política China: “Ahora la cuestión es saber si [estas medidas] son efectivas o no, algo que preocupa a la sociedad, pero también al Gobierno, que se juega una vez más su legitimida­d”. Y sigue: “Lo que debemos tener en cuenta es que la crisis, en vísperas del centenario de la fundación del Partido Comunista de China, es leída en Pekín en términos políticos, para demostrar las bondades de su modelo de gobernanza. Y pondrán en ello todo lo necesario, también para denotar que, en eficiencia en el control y la respuesta a la crisis, los sistemas occidental­es no llegan a su altura. Lo sabremos pronto”.

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STR / AFP Una mujer es desinfecta­da a su llegada a un hotel de Wuhan para pasar una cuarentena de dos semanas tras recibir el alta del hospital

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