Música incidental
Heart of darknessjoseph Conrad
Intérpretes: Ciklus Ensemble; Asier Puga, director
Lugar y fecha: Pamplona, Auditorio del Museo (28/II/2020)
Motiva esta nota el comienzo, en el Museo Universidad de Navarra, del ciclo Cartografías de la música. No es fácil la tarea del compositor contemporáneo (quizá nunca lo fue), aunque al haberse interrumpido el circuito de comunicación a raíz de individualizar tanto el lenguaje, abstracto y difícilmente inteligible, el oyente queda al margen de esa necesaria complicidad que caracteriza el mensaje artístico.
Como instrumentos para esa tarea siguen vigentes –con técnicas y recursos ampliados–, los mismos que se usaban cuando se conoció la novela de Conrad en 1898, aunque suman la tecnología y la electrónica.
En esta propuesta del Ciklus Ensemble, creado hace diez años por Asier Puga, Iñaki Estrada acude a la referencia literaria y habita un terreno entre la ilustración del texto, o la zona más poética de la evocación. En esto último parece situarse el lenguaje de este compositor que ha presentado una versión depurada y atractiva, en forma de “radiograma escénico” basado en momentos de la narración de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Una historia con una conjunción de puntos de vista del que, en este caso, Estrada ha optado por su mera vertiente narrativa, con la carga dramática, impotente casi el protagonista en ese mar de brumas y tinieblas, sin duda también un signo de la oscuridad del cruel colonialismo, aunque de ello no se trata.
Un grupo musical de siete instrumentos, el Ciklus Ensemble, participa de una secuencia musical con textos grabados, conjuntamente con la electrónica, que comienza con una “obertura” que evoca la densidad y la tiniebla. En escena sólo el grupo de músicos en la penumbra.
Los episodios instrumentales agregan color, señales rítmicas, texturas, en un ámbito más bien evocador, que no siempre sigue las intensidades dramáticas de la narración, sino que es como otro personaje pensante; sin grandes contrastes, salvo en el final en que un canto univocal de corte –diría– cinematográfico, con un lenguaje muy cercano al espectador, cierra la obra. Bien logradas la tiniebla, la incertidumbre, el miedo ante un enemigo que habita en la oscuridad (esas gentes sometidas por el poder colonial) que tampoco parecen representadas en la música, ni como ingrediente rítmico, ni como situación dramática, ni como testimonio del enfrentamiento desigual de dos mundos, al verse asolada una cultura por unos crueles especuladores del marfil.