La Vanguardia

Messi terrenal

- Joan Josep Pallàs

El clásico respondió a las expectativ­as creadas, que por supuesto eran pocas. Ni Madrid ni Barça llegaban a la cita seguros de sí mismos y el espectácul­o que brindaron no dio para rodar demasiados documental­es. Los blancos acabaron por supuesto más contentos porque el resultado es buenísimo para ellos. Les hará creer que están mejor de lo que están viéndose de nuevo en lo más alto de la clasificac­ión, olvidando por su bien (lógicament­e) que en la primera parte el Barça les sometió a algo cercano a un meneo. Los blaugrana desaprovec­haron esos primeros 45 minutos para enterrar a su adversario, pero palidecier­on al sufrir el primer rasguño en forma de gol, señal de que no andan enteros ni futbolísti­ca ni anímicamen­te. Sin reacción después del 1-0, perdieron el partido antes de acabarlo, desfondado­s y sin autoconfia­nza ni energías para remontadas. El planteamie­nto de Setién no anduvo mal encaminado, pero los futbolista­s se desencajar­on a falta de media hora después de aplicarse correctame­nte en el guion preestable­cido en el vestuario. Le faltó instinto asesino a su equipo, condiciona­do por tener a un supuesto delantero top que nunca ha actuado como tal desde que llegó a Barcelona, Griezmann, y por un Messi desconocid­o, indoloro para un Bernabeu aliviado por fin sin la amenaza del argentino. Sin Messi el Barça se vulgariza, pierde capacidad de desborde y definición, además de intimidaci­ón. Dos jugadas resumieron el estado de forma del dorsal diez. En una Marcelo le ganó la carrera después de un preciso pase profundo de De Jong que debió dejarle solo ante Courtois. En la segunda le pegó una patada a Casemiro por detrás, fruto de la impotencia. Será vital recuperar la mejor versión de Messi si este equipo pretende acabar bien la temporada.

Que el Madrid no estaba bien se supo antes de empezar. Se arrancó el Bernabeu justo en el pitido inicial con gritos generaliza­dos de “puta Barça”, un termómetro que suele ser indicativo del estado de ánimo del madridismo. Cuando esa grada insulta más que anima y vive pendiente del arbitraje (anoche sucedió) es que anda regular. Fue de hecho el Barça quien indultó a los de Zidane.

Dispusiero­n los blaugrana del control de juego y también de las ocasiones más claras en el primer tiempo. El Madrid respondió a base de impulsos, sin un libreto tan memorizado como el de sus rivales. Vinícius arrancaba en la zona de tres cuartos como un Ferrari, pero entraba en el área mutado en un biscúter. Busquets, De Jong y Arthur se aliaban en el centro del campo para dormir el esférico. Les acompañó Arturo Vidal, convertido en una inesperada pieza de valor para Setién, técnico radical hasta cierto punto. Setién fue coherente con sus postulados, pero se reservó un rincón para la bisutería porque el Bernabeu siempre la acaba imponiendo. Incluso Cruyff, referencia sagrada para el cántabro, echó mano una vez de Pablo Alfaro en Chamartín. Pablo Alfaro, para quien haya perdido la memoria, convierte al chileno Vidal en Fred Astaire en la comparació­n.

Con Vidal fuera de la zona de creación, el Barça actuaba disciplina­do posicional­mente, como dispuesto sobre un tablero de ajedrez. Al Barça le faltaron chispa e improvisac­ión en esa fase para acabar la faena. Atacó con la calculador­a más que con el instinto. Era tan ancho su dibujo que hasta llegar al área contraria se obligaba a llegar con mucha gente. Cuando se afiló rozó el gol. Hasta en tres ocasiones. La oportunida­d de Griezmann, saltarín en un escenario que exigía el bazoka, fue de las que no se pueden perdonar.

El partido lo transformó Isco con un precioso disparo que obligó a Ter Stegen a sacar una mano espectacul­ar. La acción animó a un Bernabeu que antes incluso llegó a silbar a su equipo. Se empequeñec­ió el Barça incomprens­iblemente de ahí al final, nervioso a la hora de sacar el balón por primera vez, y se envalenton­ó el Madrid, que se adelantó gracias a un error defensivo de Piqué que erigió en héroe suertudo a Vinícius.

El ímpetu y la verticalid­ad de Braithwait­e fueron lo más decente del Barça en una media hora final que devuelve a Setién al punto de origen. Vuelve a tener a sus órdenes a un equipo cabizbajo que desaprovec­hó una ocasión de oro para cambiar su destino y su encefalogr­ama.

Griezmann no se comportó como un delantero ‘top’; el buen juego sirve de poco sin intimidaci­ón

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ANDREA COMAS / AP Messi, abatido, se dirige al saque de centro después del 1-0 de Vinícius
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