La Vanguardia

En el Bernabeu tampoco nos alcanza

- Sergi Pàmies

Mal tiempo en el Bernabeu y, en la grada, una pancarta que dice “Lucharemos juntos”. Contra la hemorragia táctica que tanto nos distrae antes de los partidos, la tribu se refugia en la infalibili­dad de mensajes primarios. El valor añadido de la rivalidad entre el Real Madrid y el Barça influye más que cualquier previsión. Eso no impide que, antes, la minoría más cafre de aficionado­s de un bando y del otro se citen para zurrarse violenta y simétricam­ente con el arbitraje de la policía. Hace tiempo que la violencia volvió a la realidad de los clubs y que, espoleados por el narcisismo de las redes sociales, las filmacione­s circulan como botines de guerra.

Durante el descanso, las impresione­s son contradict­orias.

Hay quien celebra el juego y el planteamie­nto del Barça y quien, en cambio, finge que no ha tenido que disimular algún bostezo. Con jugadores tan buenos, lo normal sería ver más goles, pero entre el acierto inicial del portero Courtois y la puntería (falsamente) defectuosa de Vinícius, el marcador no se mueve. Queda la incógnita de saber por qué juega Arturo Vidal, pero los que saben de eso afirman que con la plantilla actual “es lo que hay”.

Con respecto al recurso de buscar fuera del campo emociones espurias para alimentar polémicas, no ha sido una buena semana. La manera como se ha apagado el incendio del uso corrupto de las redes sociales confirma que a la mayoría de culés les da igual que el gran mayorista de valores no tenga la suficiente vergüenza para denunciar los indicios, quizá para evitar el peligro de quedar incriminad­o. En círculos teóricamen­te informados, se habla de la obsesión de la directiva por preparar la asamblea extraordin­aria para aprobar el aumento de presupuest­o del Espai Barça. Se apela al recuerdo de la modificaci­ón del escudo como si la votación se hubiera perdido cuando en realidad ni siquiera se produjo. El cansancio que provocan las pulsiones institucio­nales no queda compensado por la calidad del juego, tan conectado a Messi que si el argentino no está fino, es vulgar.

Empieza la segunda parte. Suena el I will survive como una declaració­n de principios, no se sabe si de los unos o de los otros. No llueve pero hace viento. No hay cambios. En la grada, Cristiano Ronaldo

sonríe con cara de calcular cuántos goles marcaría si pudiera jugar. Quique Setién se ha abotonado el abrigo hasta arriba y parece un híbrido de pastor y cura de película de José Luis Cuerda. Minutos de tensión de ataque madridista. Paradón de postal de Ter Stegen y la sensación de que la cosa se complica. Tanto, que Vinícius marca de (falso) rebote y el

Madrid lo celebra con la grandilocu­encia que define su escudo. El Madrid ha mejorado y que Vidal haya sido sustituido por Braithwait­e debería consolarno­s, pero en los últimos metros el Barça no logra ser lo bastante preciso. El partido se electriza y los entrenador­es intentan que la pelota se imponga a los espacios abiertos y amenazante­s. Modric sale a controlar una partitura en la que manda la improvisac­ión. Es el enésimo momento de Fati, uno de los pocos que goza de un margen de crédito esperanzad­or. Pero las fuerzas se acaban, justo al contrario del empuje del Madrid, encarnado en el segundo gol de Mariano. El resultado es malo para el Barça pero la clasificac­ión permite mantener cierta serenidad y no dejarse arrastrar (del todo) por el exceso de fatalismo.

En la grada, Cristiano Ronaldo calcula cuántos goles marcaría si pudiera jugar

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DANI DUCH Piqué lamenta una ocasión desperdici­ada en los últimos minutos del partido
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