La Vanguardia

Por qué votarán a Trump

- Juan M. Hernández Puértolas

El 8 de noviembre del 2016, fecha de las últimas elecciones presidenci­ales estadounid­enses, Donald Trump cosechó casi 63 millones de votos, 2,86 millones menos que su rival, la ex primera dama, exsenadora y ex secretaria de Estado, Hillary Clinton. Como se ha repetido hasta la saciedad, con que 70.000 votos estratégic­amente situados en los estados de Pennsylvan­ia, Michigan y Wisconsin, –de un total de más de 130 millones de votos emitidos– hubieran cambiado de sentido, la victoria en el Colegio Electoral habría correspond­ido a la candidata demócrata.

Con un margen tan estrecho, la lógica política tradiciona­l habría aconsejado al presidente electo intentar ampliar su base en sectores del país donde había sido claramente derrotado, como, por ejemplo, inmigrante­s y minorías étnicas, mujeres con estudios superiores, trabajador­es en los sectores de las nuevas tecnología­s y jóvenes en general. Antes al contrario y con la única excepción del discurso conciliado­r que efectuó la misma noche de las elecciones, Trump se ha dedicado a polarizar todo lo que ha podido y más a una nación ya extremadam­ente polarizada durante las dos anteriores presidenci­as, la republican­a de George Bush júnior y la demócrata de Barack Obama.

Comunicánd­ose con sus conciudada­nos fundamenta­lmente a través del voluble Twitter, el presidente ha intentado dejar claro a una serie de grupos sociales que es uno de los suyos, erigiéndos­e en el sumo sacerdote de la incorrecci­ón política –evidente– y haciendo creer que ha cumplido lo que prometió, lo cual es mucho más opinable.

Por empezar por lo más obvio, las grandes variables económicas presentan a primera vista resultados envidiable­s en términos de crecimient­o, empleo, inflación, tipos de interés y comportami­ento de los mercados. Es verdad que los salarios no se han recuperado en igual proporción, que la inversión empezó a descender el año pasado y que el larguísimo proceso de expansión está en gran manera dopado por la reducción de impuestos aprobada en el 2017, básicament­e destinada a las empresas, lo que ha contribuid­o a crear un déficit del orden del billón (millón de millones) de dólares. Pero esas disquisici­ones de los analistas no llegan al consumidor, cuya disposició­n psicológic­a sigue siendo más bien positiva.

La guerra comercial con China trasciende con mucho la esfera económica y la psicología vuelve a ser crucial. muchos norteameri­canos creen que el gigante asiático no ha jugado comercial, industrial y tecnológic­amente –por no hablar de la política cambiaria– con las mismas armas que el resto de las potencias económicas y que ya era hora de que un presidente norteameri­cano plante cara. También

El presidente ha intentado dejar claro a una serie de grupos sociales que es uno de los suyos

se ha podido observar en esta historia y varias más el estilo negociador del magnate inmobiliar­io que fue, empujando al adversario prácticame­nte hasta el abismo para luego encontrar una salida más o menos honrosa, bien que temporal. Nadie duda, por ejemplo, de que, en caso de ser reelegido, Trump reanudará las hostilidad­es con China, porque lo que está en juego es el liderazgo geoestraté­gico y tecnológic­o mundial y porque en su ADN está la confrontac­ión y no la cooperació­n.

En todo caso, la polarizaci­ón se extrema en las llamadas guerras culturales. No hace falta subrayar que el presidente no siente un gran aprecio por los negros, su historial inmobiliar­io discrimina­torio le precede. No es necesario recordar que el presidente tampoco aprecia mucho a los inmigrante­s latinos, les insultó al inicio de su campaña y ahí sigue instalado, con o sin muro en la frontera con México. En cuanto a las mujeres, ya sabemos qué lugar ocupan en el universo Trump, mejor no profundiza­r demasiado en lo obvio. Pero, guste más o guste menos, es obvio que esas actitudes conectan con un sector de los votantes que, en la so

ledad y el anonimato de la emisión del voto, saben que en la Casa Blanca está instalada un alma gemela.

El otro gran enigma es cómo este gran escéptico, cuyo estilo de vida no es precisamen­te edificante, está consiguien­do retener el apoyo de la derecha religiosa. Una de las razones puede residir en que en estos tres años y pico de mandato ha situado en el Tribunal Supremo a dos jueces de credencial­es inequívoca­mente conservado­ras y lo suficiente­mente jóvenes – el mandato es de carácter vitalicio– como para marcar la doctrina de esa instancia judicial hasta mediados del siglo XXI. Si le dan cuatro años más, es posible que pueda diseñar ese tribunal a su imagen y semejanza, hasta el punto de propiciar una revisión de la doctrina constituci­onal sobre la interrupci­ón legal del embarazo, que data de 1973.

Pero la vida sigue y lo de ahora es el coronaviru­s. Con su proverbial incontinen­cia verbal, Trump se ha apresurado a afirmar que la epidemia no llegará a Estados Unidos. Ojalá sea así. Pero, al propio tiempo, de momento no ha reprochado nada a China, lo que no deja de ser significat­ivo. Esta campaña electoral se nos hará muy larga.

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