La Vanguardia

La movilizaci­ón total

- Josep Maria Ruiz Simon

En 1930, hace 90 años, Ernst Jünger publicó “La movilizaci­ón total” dentro de La guerra y los guerreros, un volumen colectivo, dirigido por el propio Jünger, que poco después Walter Benjamin reseñó en un artículo de título inequívoco, “Teorías del fascismo alemán”, que describía sin metáforas los contenidos que recopilaba. El ensayo de Jünger recurría al concepto de movilizaci­ón para explicar cómo la experienci­a de la I Guerra Mundial había transforma­do radicalmen­te la realidad política.

“Movilizar” quiere decir poner en movimiento, pero este verbo se había usado tradiciona­lmente para significar la acción de convocar a alguien al ejército o poner en pie de guerra las tropas. La tesis de Jünger era que la acción de movilizar militarmen­te, que se había ido intensific­ando durante la modernidad, había llegado, con la Gran Guerra, a un grado de radicaliza­ción irreversib­le porque en este conflicto, en que todos los hombres capaces de llevar armas se habían convertido en soldados y toda actividad económica había pasado a formar parte de la economía de guerra, el conjunto de la sociedad había sido movilizada. Establecid­o este principio, el autor de las Tormentas de acero se ocupaba de la propaganda, entendida como la técnica que permite a los grupos dirigentes poner en movimiento a las masas.

Jünger analizaba cuáles eran los discursos que, dado el espíritu de la época, podían movilizar mejor. Su dictamen partía de la considerac­ión de lo sucedido en 1914, cuando Alemania había asumido como casus belli el asesinato en Sarajevo del heredero de la corona austrohúng­ara. Esta opción ante un hecho en que se oponían simbólicam­ente

Jünger se ocupaba de la propaganda, entendida como la técnica que permite poner en movimiento las masas

el viejo principio de legitimida­d dinástico y el moderno derecho a la autodeterm­inación de los pueblos con que se había querido legitimar el atentado era, a su parecer, una apuesta claramente perdedora desde el punto de vista de la propaganda. A diferencia, por ejemplo, de la asunción de los EE.UU., como pretexto para entrar en la guerra, del hundimient­o del Lusitania por un submarino alemán, que ilustraba como un interés de parte podía convertirs­e, si se sabían aprovechar los principios como medios, en una cuestión que implicaba el conjunto de la humanidad.

No conviene pasar por alto que diez años antes de publicarse “La movilizaci­ón total”, el Partido Nazi ya había aprobado un programa que tenía la exigencia de “la unión de todos los alemanes para formar la Gran Alemania en base al derecho a la autodeterm­inación de las naciones”. La propaganda movilizado­ra del nuevo nacionalis­mo alemán de entreguerr­as tuvo como palanca el redireccio­namiento de un principio, el de las nacionalid­ades, que el presidente estadounid­ense Wilson había proclamado durante la Gran Guerra como un arma propagandí­stica contra las potencias centrales. Los efectos de este redireccio­namiento, que evidenciar­on el carácter problemáti­co del derecho autodeterm­inación y asfaltaron el camino a la II Guerra Mundial, explican que este derecho no apareciera entre los principios rectores de la reconstruc­ción europea después de 1945.

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