La Vanguardia

GRECIA, LA FATIGA DE LA SOLIDARIDA­D

En dos años, la solidarida­d ha dejado paso a la hostilidad entre la población

- GEMMA SAURA LESBOS ENVIADA ESPECIAL

La concentrac­ión de 20.000 inmigrante­s en Lesbos ha puesto a esta isla griega al borde de la explosión. Sus habitantes, que acogieron con benevolenc­ia en el 2015 a los nuevos vecinos, los ven ahora como origen de sus desgracias. En la foto, un inmigrante con un bebé, ayer en Lesbos.

Antes de hacerse famoso por albergar el mayor campo de migrantes de Europa, Moria era sólo un pequeño pueblo agrícola de una pequeña isla griega donde cada día se parecía. “La gente iba a trabajar por la mañana, a las dos paraba a comer, volvía al trabajo, luego iba a pasear o a tomar un café y a las diez, a dormir –dice el alcalde, Yannis Mastroyann­is–. Ahora, en cuanto se pone el sol, todos corremos a casa. Tenemos que protegerno­s y tenemos que proteger nuestras propiedade­s”.

Ningún lugar como Moria encarna mejor el impacto del fenómeno migratorio en una isla como Lesbos, con todas sus aristas, sus grandezas y bajezas. El pueblo, de mil habitantes, reposa sobre una loma de olivos. A sus pies se expande un Frankenste­in de plástico que no para de crecer. Es el campo de Moria: 20.000 migrantes amontonado­s entre barro y basura en unas instalacio­nes diseñadas para tres mil inquilinos. Las tiendas de campaña se levantan a sólo 100 metros de las últimas casas del pueblo. “Soy el alcalde de la segunda mayor ciudad de la isla”, ironiza Mastroyann­is.

El carpintero Antonis Taratoris recuerda que ningún vecino protestó cuando en el 2015, en plena crisis de los refugiados, las autoridade­s anunciaron que iban a habilitar el cercano campo militar en desuso para acoger a aquella gente que llegaba masivament­e a las playas de Lesbos huyendo de la guerra. “Dijeron

EL PUEBLO JUNTO A MORIA Todo ha cambiado: les roban el ganado, les talan los olivos, les pinchan la electricid­ad

que serían pocos y todos queríamos ayudar. Fuimos con mantas y comida a darles la bienvenida. Pero los 300 iniciales pronto se convirtier­on en mil, luego en cinco mil, veinte mil... y esto no para”, dice.

La solidarida­d tiene un límite y en Moria hace tiempo que lo alcanzaron. En su despacho, el alcalde muestra cuatro gruesas carpetas. Son las denuncias tramitadas por los vecinos... en los últimos seis meses. “Hay un policía y dedica su jornada únicamente a registrar robos e incidentes. No le queda tiempo para más”, señala Mastroyann­is.

El alcalde no sabe por dónde empezar. “Ellos”, como se refiere a sus incómodos vecinos, les cortan los olivos para hacer hogueras. Hay campos enteros donde sólo quedan las cepas, como cementerio­s. “Sabemos que pasan frío en las tiendas, es triste, pero cuando talan nuestros olivos nos quitan nuestra principal fuente de ingresos. Y los olivos tardan años en crecer”, lamenta.

Ya no plantan verduras o frutas en los huertos, todo desaparece. Les roban las mallas de recolectar aceitunas para fabricar colchones; los postes de las vallas, el alambrado y cualquier material que puedan utilizar para sus precarias casas; las piedras de los bancales para apuntalar las tiendas y evitar que se desmoronen en el lodazal cuando llueve. A las casas y empresas más cercanas al campo les destrozan cada dos por tres las instalacio­nes eléctricas para pincharla, porque en

Moria escasea la corriente. Las casas vacías son desvalijad­as. “A mi vecino, que vive en otra localidad, le han entrado ya siete u ocho veces, he perdido la cuenta. Muebles, vajilla, electrodom­ésticos... se lo han llevado todo”, dice el alcalde. A él mismo le robaron, a plena luz del día, el cableado eléctrico.

Lo más habitual es el robo de animales y el alambre de espino se multiplica. Dimitris tiene 200 ovejas lecheras que quiere con ternura. Le han matado ya catorce. “Las descuartiz­aron aquí mismo. No las roban para comer porque se llevan varias. Las venden en el campo. Es un negocio”, asegura. Harto, primero instaló unas cámaras, en vano. Luego probó con un sistema más eficaz. Colocó una doble reja y en medio, compró once perros para vigilar el ganado. Hace dos noches le despertaro­n los ladridos. Sorprendid­os, los ladrones dejaron atrás las armas con las que pretendían matar a los perros. Un puñal atado a un palo. Dimitris tiembla de rabia.

Mientras cuenta su historia, por la carretera que pasa enfrente de su propiedad desfilan los otros. Los habitantes del campo de Moria, hombres y mujeres de todas las edades, rasgos y colores, que se dirigen a pie a la capital, Mitilene, a seis kilómetros, o simplement­e dan un paseo. Muchos bajan del monte con sacos cargados de madera recién talada.

“Hace unos años, cuando vinieron los primeros refugiados, Dimitris se volcó. Les daba leche, huevos, ropa. Pero cuando empezaron a matarle ovejas... ¡si las quiere tanto que tiene un nombre para cada una! Ahora creo que casi los odia”, dice su amigo Antonis, el carpintero.

No es el único. La noticia de que Turquía abría fronteras y llegaban migrantes a decenas ha disparado la tensión en Moria. Patrullas de ciudadanos se han apostado en la carretera hacia el campo para evitar que los recién llegados fueran enviados ahí. También han impedido entrar en el pueblo a desconocid­os. Ha habido altercados con migrantes y cooperante­s extranjero­s.

El alcalde admite que no es del todo correcto que los vecinos se tomen la justicia por su mano pero subraya que cuando piden más policía les dicen que no hay agentes disponible­s. “Al final la gente sale a proteger lo suyo”. Señala además que por el pueblo pasean migrantes sin problemas y asegura que sólo impiden entrar a grupos grandes o gente peligrosa. Hace dos semanas los vecinos pasaron miedo cuando unos 300 afganos que iban a manifestar­se a Mitilene cruzaron el pueblo dando patadas a los coches. De camino, quemaron un campo.

El alcalde tiene un mensaje para los vecinos europeos: “No necesitamo­s vuestro dinero. Así no se va a arreglar. Lo que necesitamo­s es que demostréis solidarida­d, que asumáis vuestra parte de la carga”.

Moria no es el único punto caliente. En Mantamados, en el norte de la isla, las carreteras también están bloqueadas por vigilantes. Ahí el Gobierno quiere construir un nuevo campo de detención, del que los migrantes no puedan salir. La gente de Mantamados se ha plantado. Hace unos días, se enfrentaro­n a los antidistur­bios enviados desde Atenas. Las grúas no entraron.

El alcalde de Moria es de los pocos en Lesbos que está a favor del nuevo campo. “Esta isla tiene que tener un campo para inmigrante­s, lo queramos o no. Aunque cierren Moria, al día siguiente van a llegar más, y en algún sitio habrá que meterlos –argumenta–. Mejor que esté en una zona aislada como Mantamados. No será un lugar atractivo, así que muchos van a dejar de venir. Sólo lo harán los que de verdad lo necesiten”. El tiempo lo dirá.

EL MENSAJE DEL ALCALDE “No necesitamo­s el dinero de Europa sino que sea solidaria y asuma la carga”

 ?? ALEXANDROS MICHAILIDI­S / AP ??
ALEXANDROS MICHAILIDI­S / AP
 ??  ??
 ?? GEMMA SAURA ?? A Dimitris, ganadero de Moria, le han robado ya 14 ovejas; en la foto, muestra un cuchillo para matarle los perros que se dejaron los ladrones
GEMMA SAURA A Dimitris, ganadero de Moria, le han robado ya 14 ovejas; en la foto, muestra un cuchillo para matarle los perros que se dejaron los ladrones
 ??  ??
 ??  ?? LA VANGUARDIA
LA VANGUARDIA
 ?? FUENTE: Elaboració­n propia y Google Earth ??
FUENTE: Elaboració­n propia y Google Earth
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain