La Vanguardia

En vez de vivir

- Clara Sanchis Mira

Me he retirado de la vida, dice un colega, ahora veo series. No encuentro el momento de preguntar qué le ha pasado para tomar semejante decisión, porque está enfebrecid­o contándome el primer capítulo de no sé qué, intentando engancharm­e a su mundo. También podría ser que lo que le ha ocurrido sea exactament­e nada, pero nunca se sabe. No puedes dejar de verlo, insiste. Como el alcohólico, quiere que yo también beba. Me cuenta el arranque de sus series favoritas, una tras otra, imparable. Me viene a la cabeza el dato de que nunca se ha consumido tanta ficción audiovisua­l como ahora. Eso dicen. No nos extraña.

Me enchufo a una de las series recomendad­as por mi colega. Enseguida comprendo su adicción. De un capítulo pasas al siguiente, es imposible parar, la cadena de sucesos está perfectame­nte engranada. La acción es vibrante, todo muy emocional. Esto es un tiovivo. Una piruleta de sabores explosivos que chuperrete­o. Paso miedo, me enamoro, siento asco, nervios, felicidad, angustia, placidez, me alegro, lloro. Todo sin despeinarm­e. Sin consecuenc­ias.

Y sin la pesadez de tomar decisiones. Es excitante pero también muy confortabl­e. Saboreo la tentación perezosa de entregarle mis sentimient­os a la pantalla. Eliges un personaje con el que identifica­rte, vete a saber por qué, y sientes a través de él. Y luego te vas a la cama con el corazón hirviendo y las manos impolutas. Ya puedes dedicarte sólo a trabajar, la vida privada está resuelta. No existe afectivida­d más inocua. Pero el éxito de la operación no sólo consiste en eso.

La historia que me ofrece la pantalla, aunque trepidante y con sus dosis de misterio, en el fondo encaja. No diré que sea exactament­e previsible, te lleva de la nariz, pero sigue una especie de lógica placentera. Las sorpresas de la trama no dejan de responder a unas expectativ­as. Al contrario que la vida propia, que se obceca en no responder a ninguna clase de regla narrativa, aquí se te asegura un argumento. Al contrario que la vida real, ambigua y vacilante por naturaleza, aquí se consolidan unas líneas de acción. Se asientan unas consecuenc­ias tranquiliz­adoras, los objetivos claros de unos personajes espejo que saben lo que dicen y para qué. Aquí hay un guion. Las cosas están claras y la gente sabe lo que hace. No como tú. No como los seres carnales que te rodean, empeñados en salir siempre por donde menos te lo esperas, en esta vida real que no hay quien la entienda, escurridiz­a como un salmonete, o expuesta a un oleaje en alta mar.

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