Querejeta bucea en el miedo a la vejez y la soledad de las mujeres mayores de 45
Emma Suárez, Nathalie Poza y Adriana Ozores protagonizan ‘Invisibles’
Julia, Elsa y Amelia son tres amigas de cuarenta y muchos, o más, que se citan cada jueves en un parque para caminar y hablar de sus cosas. A lo largo de diez semanas, entre marzo y mayo, sus conversaciones se van haciendo más peliagudas, tensas e intensas. Salen a relucir secretos, vergüenzas, mentiras. Desde posiciones y caracteres muy dispares, las tres se intercambian consejos, se pelean, se perdonan... y vuelta a empezar. Son las Invisibles de Gracia Querejeta, película sin grandes pretensiones pero con enjundia y excelentes interpretaciones que hoy llega a los cines. Se trata de un tríptico muy contemporáneo sobre los miedos de las mujeres que afrontan la pérdida de la juventud y temen el desamor, el abandono y la soledad.
La directora quería “compartir una serie de temas” que han empezado a preocuparla a partir de cierta edad. Empezando por “la invisibilidad física” que el paso del tiempo ocasiona a las mujeres, indica. Porque “está claro que a nosotras no nos miran igual a los veinte que a los treinta, los cuarenta, los cincuenta...”. Pero tan terrible como eso es que “al perder el atractivo físico parece como si también perdiéramos otras cualidades y capacidades que nada tienen que ver con la apariencia. Y, así, lo que ocurre es que te apartan un poco, y la invisibilidad se hace más acusada”.
Otro asunto que la realizadora quería tratar es el “terror a la soledad y a envejecer”, dos temores que no distinguen entre sexos, pero que ella aborda desde una óptica femenina, y que pueden ir aparejados. Pues “normalmente preferimos estar acompañados al acercarnos a la muerte para, al menos, evitar el pellizco de la soledad”.
Emma Suárez, que en la cinta encarna a la “independiente y egocéntrica” Elsa, cree que “hoy estamos más solos que hace no tanto”. Una paradoja –señala– en una sociedad tan interconectada como la nuestra. En todo caso –añade–, “la soledad es un caldo de cultivo perfecto para el miedo”.
Más en relación con su papel en Invisibles, la multipremiada actriz madrileña señala que todos somos susceptibles al miedo a tener relaciones que vayan mucho más allá de un encuentro: “Miedo al dolor, al desamor”, precisa. Y afirma que se identifica al cien por cien con su personaje cuando, ante la atenta mirada de sus amigas, lanza una filípica contra un jefe que le tiró los tejos y luego la rehuyó. “Eso ocurre: hombres que se asoman, se tiran el rollo y luego se retiran. ¡Mucho cobarde es lo que hay!”, lanza.
Nathalie Poza es, en el papel de la vulnerable Amelia, la que más se explaya en la expresión del miedo a la soledad. “Tiene pánico a ser abandonada. Está anulada. Se acobarda porque ella misma se invisibiliza, y además lo reconoce”. Hasta el punto de decir que “prefiere estar como está”, sometida por la hija de su pareja, “a quedarse sola”.
Las tres protagonistas se hacen confidencias, se pelean y se perdonan en charlas más y más tensas, pero con humor
Adriana Ozores, cuyo personaje de Julia es una mujer dolorida, apunta que la película no toca sólo la supuesta invisibilidad de las mujeres de más de 45 sino “la que sufrimos todos alguna vez”; incluida la que padecenos “respecto a nosotros mismos”. Una ceguera debida a problemas emocionales, como los de la propia Julia del filme, o a la aceptación resignada de límites que se nos imponen “y a los que decimos amén”. Ella defiende la rebeldía frente a esas barreras: “Si no abres los ojos y las desafías puedes privarte de una vida más feliz”.
Invisibles se rodó en su mayor parte en el parque del Príncipe de Cáceres. Es, de hecho, una conversación de varios días durante largos paseos por allí. Pero no son diálogos reconcentrados. Hay humor, y mucho que imaginar, y no todo oscuro. Las protagonistas cuentan y se dicen cosas tremendas. Pero son cada vez más amigas: otro tema que la directora quería tocar. “Si la amistad es sólida, hay que decirse lo que haga falta”, opina.