Magia en familia
Onward, la nueva producción de Pixar en colaboración con Disney, se ofrece como una vehemente reivindicación de la magia en un mundo que ya le dio la espalda y en el que conviven elfos, trolls, unicornios, cíclopes, centauros y otras afables criaturas mitológicas. Y es también una reivindicación de la necesidad de mantener sólidos los lazos familiares para conseguir la propia identidad, que es a lo que se entregará, en compañía de su hermano mayor, el protagonista adolescente, que no llegó a conocer a su fallecido padre y ahora, gracias a un hechizo, podrá entrar en contacto con él no sin vivir previamente una retahíla de aventuras fantásticas prodigiosas.
Magia y familia, pues, como centro de interés, una premisa que quizás encaja más en el universo Disney que en el de Pixar, que aquí cede a un sentimentalismo y a cierto convencionalismo impensables años atrás, cuando la compañía encadenaba proyectos de alto riesgo conceptual como Ratatouille, WALL-E y Up, una edad de oro quién sabe si irrepetible. Más allá de estas concesiones (y de alguna apropiación: a la saga de Indiana Jones, por ejemplo), Onward certifica que todavía hay talento gigantesco y creatividad mayúscula en Pixar. La perfección técnica ya la alcanzaron hace más de veinte años, pero todavía asombra su luminosa y trepidante maquinaria narrativa y de diseño de producción, y todavía fascinan sus constantes detalles de caracterización, magistral en la figura del cordial centauro policía: hay que ver y volver a ver su irrupción en la casa de los protagonistas (el efecto del elefante en la cacharrería) o la dificultosa salida de su coche patrulla, que acumulan un caudal de microgags de precisa elaboración. No son los únicos, por supuesto: hay que observar cada rincón de la pantalla y deleitarse con su riqueza expositiva. Y aplaudir la gran idea de incluir en la aventura a la mitad del padre, de cintura para abajo, básicamente unos pantalones con vida propia y endiablada capacidad para generar efectos cómicos. Incluso cuando se pone más flácida y tierna, Onward sorprende con una composición visual pudorosa: la esencial escena del diálogo breve y el abrazo, vista desde la distancia.