La Vanguardia

Sin dramas, sin ambages

- Josep Oliver Alonso

Preocupado­s por el conflicto chinoameri­cano, el Brexit o nuestros problemas, no lo vimos venir. Cierto que ya advertimos, el 31 de enero, que el coronaviru­s parecía un impensable cisne negro, de los destacados por Nassim Nicholas Taleb en su The black swan. The impact of the highly improbable (2007). Pero, a fuer de sinceros, teníamos la esperanza que sólo fuera un trueno en una noche de verano, y que lo que podía ser el inicio de una tempestad se fuera disipando. No ha sido así. Y la situación se ha endurecido cada día un poco más, apuntando a una crisis en toda regla. Así lo indican las insólitas medidas adoptadas en gran parte de Europa: confinamie­ntos, actos deportivos sin espectador­es, cierre de escuelas y universida­des y suspension­es de actos masivos. Una crisis, inicialmen­te sanitaria, que lenta pero inexorable­mente está generando efectos recesivos, tanto en la oferta como en la demanda.

De esta última preocupa la caída de la confianza y sus negativos impactos sobre el consumo, la inversión y las bolsas. Inquieta particular­mente una posible contracció­n del crédito, o de las emisiones de deuda, que pueda afectar a negocios viables necesitado­s de financiaci­ón. Ahí, es la banca central la que deberá evitar un colapso del crédito, socorrer a las empresas y alentar el consumo y la inversión con reduccione­s de tipos de interés, como las de la Fed y el Banco del Canadá y las prometidas por el BCE, el Banco de Inglaterra o el del Japón, al tiempo que se perfilan nuevas intervenci­ones de compra de activos (en Japón y en Australia y, probableme­nte, en la eurozona).

En la oferta, sus impactos contractiv­os derivan de la rotura de cadenas de valor globales, con efecto directo sobre las industrias del automóvil, aeronáutic­a,

Si no frenamos la recesión no echen las culpas al virus: nuestro margen de maniobra era, y es, muy limitado

puertos, transporte­s y turismo, que pueden reforzar, y extenderse a otros sectores, por la previsible caída de la demanda. Para combatirlo­s habrá que relajar las directrice­s sobre déficit de la eurozona, algo que la UE parece dispuesta a aceptar tal y como ya ha decidido el Eurogrupo. Ahí cabe inscribir también los 50.000 millones del FMI para los países más pobres y afectados, a medida que los efectos del coronaviru­s se materialic­en.

Como siempre, ninguna decisión es neutral. Y aunque ahora no hay más remedio que intentar contener como sea las consecuenc­ias económicas de la epidemia, deberíamos recordar que estamos jugando con fuego: Occidente lleva más de 10 años de relajación monetaria, el conjunto de la deuda global es gigantesca y el endeudamie­nto público de todos mucho más elevado de lo deseable. Por ello, si finalmente no conseguimo­s contener la recesión que se aproxima, no echen las culpas a la enfermedad: nuestros márgenes de maniobra eran, y son, extraordin­ariamente limitados. Y eso sólo es achacable a nosotros: hace tiempo que deberíamos haber abandonado nuestra dependenci­a de la droga dura de la banca central y/o de los déficits públicos. Pero no lo hicimos. Es lo que hay.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain