Cita a ciegas en las catalanas
Las oscilaciones del voto en los últimos comicios abren múltiples escenarios potenciales para las próximas autonómicas
Las próximas elecciones catalanas aún no tienen fecha pero tampoco un pronóstico claro. Estos comicios se perfilan como los más imprevisibles porque la afluencia a las urnas puede ser muy asimétrica (posiblemente en favor del bloque independentista), pero también por la elevada volatilidad e infidelidad del voto. Prueba de ello es el contraste electoral entre los comicios autonómicos del 2017 y las elecciones generales del 2019; dos citas marcadas por la tensión identitaria: la suspensión de la autonomía, en el otoño del 2017, y las condenas por el procés, en el 2019.
Pues bien, pese a la presencia en ambos casos del conflicto territorial como eje del discurso electoral, la primera fuerza en el 2017 (Cs) fue la última en el 2019. En cambio, la cuarta en las autonómicas (el PSC) fue segunda en las generales, mientras que la segunda en las catalanas (Jxcat) cayó a la cuarta posición en las españolas. Por último, la tercera más votada en los comicios del 2017 (Esquerra) fue la primera en todos los del 2019, salvo en las europeas, donde la formación de Carles Puigdemont se impuso con claridad.
La conclusión es obvia: el independentismo mantiene su potencia electoral, aunque no siempre a través de la misma marca ni en la misma magnitud. En los comicios del 2017, las fuerzas secesionistas reunieron casi el 48% de los votos, pero en los de noviembre del 2019, y pese al impulso de las protestas por la sentencia del Supremo, cayeron al 42,6% (cinco puntos menos). A su vez, la estrategia tremendista de la derecha española tampoco sirvió para retener en las citas del 2019 al electorado que había apoyado a Cs en las catalanas del 2017. Al contrario, el españolismo inmovilista perdió en torno a diez puntos en cuota electoral en los comicios legislativos celebrados dos años después.
La alteración del panorama político que ofrecieron las generales del 2019 incluyó la resurrección del PSC, que llegó a sumar casi 10 puntos a su resultado de las autonómicas. En conjunto, la izquierda de ámbito estatal mejoró en las generales su cómputo de voto de las catalanas en torno a 15 puntos. Y esa mejora, en un contexto de participación inferior a la de las autonómicas, solo se explica porque socialistas y comunes atraparon votantes de signo catalanista o españolista.
Las próximas catalanas operarán con una lógica distinta a la de las últimas generales. Sin embargo, está por ver que todos los votantes que han cambiado de marca vuelvan a su papeleta de origen. En el independentismo, y aun en el caso de que la movilización de ese voto le permita salvaguardar la mayoría parlamentaria, la pugna fratricida entre ERC y Jxcat está lejos de dilucidarse y mantiene la incógnita sobre cuál será la primera fuerza en el conjunto del mapa político.
Pero las incógnitas no son menores en el espacio contrario a la independencia. ¿Logrará el PSC mantener los votos útiles de izquierda que cosechó en las generales? Y lo mismo cabe preguntarse de los comunes, cuyas oscilaciones entre generales y autonómicas no tienen nada que envidiar a los altibajos del PSC.
Finalmente, tampoco parece que la derecha vaya a mejorar sustancialmente su voto del 10-N. Sus pérdidas con respecto a las autonómicas superaron el medio millón de papeletas pese al paisaje aún humeante de las protestas del independentismo radical y parecen devolverla a su histórico techo, inferior a los 800.000 votos, que ahora debe compartir con los neonatos de Vox.
En definitiva, si las incógnitas abarcan, por un lado, al desenlace de la pugna en el bloque independentista y, por otro, a la movilización real de la izquierda y a la magnitud del desfondamiento del centroderecha, parece evidente que el pronóstico conjunto es un enigma envuelto en un misterio. Todo ello sin contar con la presencia de nuevos postulantes por el voto catalanista de centro. Por eso, las próximas autonómicas son tan imprevisibles como una cita a ciegas.
Las incógnitas sobre la movilización y la redistribución del voto en cada bloque impiden un pronóstico claro