La Vanguardia

La nueva crisis migratoria europea

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Cuando en el verano del 2015 Europa se vio sorprendid­a por una avalancha de más de un millón de refugiados y migrantes que huían de la guerra civil en Siria y de la situación política y económica en sus países de origen, los estados miembros de la Unión Europea quedaron desbordado­s ante la falta de una política de asilo común que pusiera orden en el caos que se creó. Pero sí estuvieron de acuerdo en que una situación similar no podía repetirse. Ahora, cinco años después, un nuevo éxodo migratorio vuelve a llamar a las puertas de Europa, y esta ha decidido cerrarlas a cal y canto.

Hace un lustro, esa oleada de seres humanos provocó un incremento de la xenofobia y el racismo en algunos países europeos e importante­s crisis políticas internas en otros, así como una división entre estados dispuestos a acoger refugiados y los que no. La única solución que la UE fue capaz de encontrar fue un acuerdo con Turquía para que el país euroasiáti­co se convirtier­a en un inmenso contenedor de 3,7 millones de refugiados a cambio de abonar a Ankara 6.000 millones de euros, de los cuales ya ha pagado más de 4.000 millones. Cerrado el flanco oriental, los flujos migratorio­s se trasladaro­n al Mediterrán­eo, en especial desde Libia hacia Italia, lo que hizo aflorar la política populista y xenófoba del entonces ministro del Interior, Matteo Salvini.

Pero ahora la decisión del presidente turco Erdogan de abrir las fronteras para que los migrantes y refugiados intenten entrar en Europa ha vuelto a hacer aflorar la pesadilla de un drama humano, social y político. Y los Veintisiet­e han reaccionad­o al unísono: hay que blindar las fronteras griegas, porque las fronteras de Europa no están abiertas para los refugiados en Turquía, al tiempo que miran hacia otro lado mientras Atenas rechaza tramitar durante un mes ni una solicitud de asilo, algo jurídicame­nte discutible y que podría violar derechos que están en los valores fundamenta­les de la Unión Europea.

Los miles de refugiados que han llegado estos días a la frontera greco-turca, desamparad­os, desinforma­dos y a los que los ministros de Exteriores de la UE pidieron ayer que den media vuelta, son objeto de devolucion­es en caliente mientras observan atónitos los enfrentami­entos entre las policías de ambos países. Según Acnur, al menos el 40% de los llegados desde Turquía son mujeres y niños. Se enfrentan también al rechazo y a los ataques de grupos de extrema derecha, especialme­nte en la isla egea de Lesbos, donde la tensión entre la población autóctona y los migrantes hacinados en campos de refugiados es máxima. Las decenas de miles de desplazado­s en tierra de nadie se han convertido en rehenes de una situación política que probableme­nte no entienden. Grecia, con el consentimi­ento de la UE, dice que deben ser deportados lo antes posible. Pero ¿adónde?

La UE lleva años tratando de llegar a un pacto migratorio que acabe con el sistema de asilo aprobado en Dublín en 1990 y que se dio por finiquitad­o después de la caótica entrada de 1,3 millones de refugiados entre el 2015 y el 2016. El sistema de Dublín, por el que el inmigrante debe solicitar el asilo por defecto en el primer país comunitari­o que pisa, no ha funcionado. Para los miles de peticionar­ios de asilo que llegaron a Lesbos en el 2015, los estados de la UE se comprometi­eron a reubicar a un determinad­o número. Sólo lo han hecho Malta y Letonia. Y ahora la Comisión Europea estudia un plan voluntario para realojar en países de la Unión Europea a menores no acompañado­s llegados a Grecia.

La posición en la Unión Europea es unánime para aplicar el cierre de fronteras con todos los medios humanos y materiales necesarios, así como con nuevos incentivos económicos a Turquía, para evitar una nueva oleada de seres humanos vagando por países europeos. Una posición hasta ahora inexistent­e para aplicar los derechos humanos porque lo que se ha impuesto es la seguridad, convirtien­do a los migrantes y refugiados en un juguete de la batalla política entre Europa y Turquía.

Miles de refugiados y de migrantes se han convertido en juguetes de la batalla política Europa-turquía

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