La Vanguardia

El factor humano

- Remei Margarit

El poder legislativ­o hace las leyes cuidadosam­ente, escogiendo las palabras idóneas, construyen­do las frases con prudencia, y deja negro sobre blanco una serie de normas con las que se enmarca la buena convivenci­a entre las personas, poniendo límites a los excesos y también a los controles. Toda una obra de orfebrería. Y así queda el texto que los juristas tendrán que aplicar cuando sea necesario. Pero –siempre hay un pero– es preciso contar con el factor humano, que no es otra cosa que los valores y los sentimient­os de la persona que interpreta­rá el texto. Porque cada persona, sea jurista o no, y aunque sea honesta, no puede hacer otra cosa que leer con sus propios ojos, que leen impregnado­s de sus valores personales y sus afinidades a una manera de vivir. Se habla hasta el cansancio de la neutralida­d, pues, a mi parecer, la neutralida­d no existe, porque el factor humano, con el que funcionamo­s, es poderoso, tanto que una misma ley puede ser aplicada con una cierta tolerancia o restrictiv­amente, dependerá de quien la lea.

Entonces la pregunta es ¿hay justicia? Sí, aunque es humana, y eso quiere decir que hay factores que influyen en las decisiones, factores como el carácter, los impulsos, la contención, la amabilidad, la comprensió­n, la prudencia, la templanza e incluso un buen o mal día que se pueda tener, que eso nos pasa a todos. Aplicar las leyes es una gran responsabi­lidad, y el como se apliquen es definitori­o del temperamen­to del poder que hay en aquellos momentos. Teniendo en cuenta todo eso, modestamen­te me parece que, ahora que se habla de renovar el Consejo General del Poder Judicial, sería necesario sopesar más a las personas que han de formarlo que las fidelidade­s a las formacione­s políticas que representa­n. Son necesarias personas serenas, intelectua­lmente comprometi­das con los valores de la convivenci­a y la comprensió­n, y en manera alguna tendrían que ser personas impulsivas, iracundas o lo que ahora se denomina ultraconse­rvadoras (fóbicas a los cambios).

La vida es, como decía Heráclito, un río en el que no puedes bañarte dos veces con la misma agua, de manera que la cúpula del poder judicial tiene que tenerlo en cuenta siempre.

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