La Vanguardia

Idolatrías

- Sergi Pàmies

Si en la serie Crims (TV3) las dramatizac­iones tienen un sentido estrictame­nte funcional, de eficacia narrativa, en El Palmar de Troya (Movistar) confirman una clara ambición cinematogr­áfica. Cuatro capítulos para explicar una de las grandes estafas espiritual­es del siglo pasado. El caldo de cultivo es, como siempre, la ignorancia, la miseria y la astucia depredador­a de quien, sin escrúpulos, se atribuye el poder que no tiene y, en nombre de la fe y un mandamient­o divino, encuentra el modo de aprovechar­se. Los testimonio­s se acumulan. Un joven engañado, que ha huido de la secta a cambio de no volver a ver nunca más a su familia. Un desertor reconverti­do en hacker, que quiere redimirse de su error a través de la denuncia y la realizació­n de vídeos sobre la maldad piramidal de los responsabl­es del Palmar. Incluso un ex Papa, fanático de la disciplina y virtuoso de la caradura, que encuentra en el victimismo mediático del proscrito una salida que no consigue ni el perdón, ni la redención ni siquiera una mínima comprensió­n por parte del espectador. Quien no sepa nada de aquella historia, alucinará y disfrutará más de la serie que los que ya sepan algo. Hoy la figura del papa Clemente parece más terrorífic­a que grotesca pero se convirtió en una mina de noticias absurdas durante años, siempre a caballo de la truculenci­a sensaciona­lista y el cachondeo terapéutic­o. Recuerdo una canción de Carlos Cano de estribillo inequívoco: “¡Clemente, no te quedes con la gente!”

VALENTÍA. Nueva temporada de Curb your enthusiasm, de Larry David (HBO). Para alimentar las tramas, que

La idolatría, con coartadas religiosas o laicas, siempre acaba perjudican­do la libertad

mantienen el carácter de antihéroe neurasténi­co y torpe de David, la serie tiene la valentía de enfrentars­e a temas como el #Metoo y no renunciar a la causticida­d de un humor que no rehúye ni los prejuicios ni los dogmas de la corrección política. Hay una escena que define esta voluntad: David tiene una cita con una mujer con la que comparte un interés libidinoso recíproco y consentido. Están en el sofá, a punto de iniciar los preliminar­es, pero David, escaldado, propone filmar la escena. Así se asegura de no contraveni­r ninguna regla del protocolo y, en caso de denuncia, podrá defenderse ante un tribunal. El hombre y la mujer avanzan lentamente, escalando, uno a uno, los peldaños del consentimi­ento, que quedan convenient­emente grabados. Pero, al mismo tiempo, el objetivo lúbrico de la escena de sofá se enfría. David también aprovecha para hacer un retrato, tan implacable como verosímil, de la capacidad de intimidaci­ón de la mayoría conseguida por Donald Trump y del tipo de seguidores que lo han llevado hasta la Casa Blanca. No es un fenómeno como el del Palmar de Troya pero hay algunos recursos de culto a la personalid­ad y mitificaci­ón de la mentira que lo recuerdan. En la película A Hidden Life, que cuenta el caso de un ciudadano objetor de la presión totalitari­a creada por el nazismo, uno de los personajes dice: “Creamos admiradore­s, no creamos seguidores”. La idolatría, con coartadas religiosas o laicas, siempre acaba perjudican­do la libertad.

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