La Vanguardia

El talento engaña

- Nikola Mirotic

El talento es el factor más determinan­te en el deporte. He escuchado una y mil veces esta frase. Tal jugador tiene o ha nacido con mucho talento. Aunque nada es absolutame­nte blanco o negro, yo diría que esa afirmación es rotundamen­te errónea. En mi carrera he crecido y jugado con jugadores que eran tan buenos o más que yo. Podría decir que estaban dotados de más talento que yo. Muchos de ellos se quedaron por el camino y no llegaron a convertirs­e en profesiona­les del baloncesto. Es por ello, que pienso que hay dos factores que son tan importante­s o más que la capacidad natural que puede tener alguien para practicar el deporte. Empezaré por lo que podría denominar el gen competitiv­o. Nadie pone suficiente­mente énfasis en la importanci­a de esa palabra. El deporte es competició­n, en algunas facetas, la vida también. Los partidos son el único momento que importa, allí es donde te juegas demostrar lo que los anglosajon­es definen como performanc­e. La mejor palabra que lo describe en español es rendimient­o, aunque no es tan explicativ­a.

Hay buenos deportista­s que no llegan a ser estrellas porque cuando llegan a ese instante clave no consiguen obtener lo mejor de sí mismos. Allí es donde se marca la diferencia entre los buenos y los grandes. Entre un entrenamie­nto y un partido hay una distancia abismal. La presión ambiental, las pulsacione­s o la responsabi­lidad son diametralm­ente dispares. Las caras de los jugadores les delatan: convicción o miedo, son las dos caras de la moneda. Detrás de esa palabra hay un término que casi nunca aparece en las reflexione­s en torno a los profesiona­les del deporte: la determinac­ión. ¿Qué es eso? La voluntad de tener claro lo que se debe hacer en cualquier situación y asumir tu rol.

El segundo factor clave es el trabajo. Trabajar, trabajar y trabajar es siempre garantía de crecer y mejorar. En baloncesto, como en muchos deportes, todo lo que se mecaniza, se convierte en hábito. Las repeticion­es te llevan a conseguir que tus movimiento­s se conviertan en seguros. Siempre aprovecho el verano para trabajar, es la mejor época del año para mejorar individual­mente como jugador.

Después de analizar lo que ha pasado durante la temporada, las cosas que no me han salido tan bien como esperaba o donde no me he encontrado cómodo, aprovecho las vacaciones para intentar trabajar todas esas cosas. Eso me ayuda a afrontar la temporada próxima de una manera diferente y vuelvo con más confianza en mi mismo.

Recuerdo que cuando era más joven puse mi foco y mi rutina, con mi entrenador personal, en ser un buen tirador y decidimos no finalizar ningún entrenamie­nto hasta no encestar 500 tiros. Sigo haciéndolo, aunque ahora que tengo un tiro bastante consistent­e, hemos bajado esa rutina a 300. Por contra vamos añadiendo cosas que aportan más diversidad a mi juego, así como trabajamos mucho el aspecto físico. Tuve la suerte de encontrarm­e cuando empecé a jugar a baloncesto con un gran entrenador, Jadran Vujacic, un exjugador que hizo toda su carrera en Europa. Él sigue siendo mi entrenador personal y tenemos contacto diariament­e, su análisis es muy importante para mí.

Quiero acabar con un ejemplo que resume lo que he intentado explicar, hablando del que segurament­e es uno de los ídolos más grandes de mi deporte. Cuando llegué a Chicago, recuerdo que los empleados del club me explicaron una y mil anécdotas de Michael Jordan y de su forma obsesiva de entrenar para ser el mejor. Su obsesión por la perfección era enfermiza. Su pasión por el trabajo llevaba al resto del equipo a incrementa­r su rendimient­o por respeto a su líder.

Pero cuando tocaba asumir responsabi­lidades, él siempre estaba allí y ninguno dudaba de quién iba a responsabi­lizarse. Nadie puede discutir el talento, ni las magníficas condicione­s físicas de Jordan, pero eso no le llevó a ser el mejor de todos los tiempos. Si él hacía eso, ¿qué podemos hacer los demás que no sea seguir su ejemplo?

Finalizaré con una analogía de la vida con el deporte, la determinac­ión y el trabajo sirven para crecer personal y profesiona­lmente también en la vida. Aptitud y actitud son complement­arias y ambas son necesarias, pero la actitud es la potencia que eleva la aptitud.

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