La Vanguardia

Apestados

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Tratar de vivir en la ignorancia puede resultar una gesta difícil de cumplir sobre todo si se refiere al Covid-19. Los vecinos te preguntan, los amigos lo comentan y cuando estás en un sitio cerrado con gente, como el metro o el tren, percibes reacciones bruscas ante estornudos o un contacto físico casual con extraños.

He tratado de mantenerme al margen del aumento de casos, del cierre de las universida­des en Italia o que se juegue en los estadios sin público, que el Museo del Louvre estuviera cerrado unos días, incluso que Japón no descarte aplazar los Juegos Olímpicos de Tokio si se confirmara la pandemia.

Puede que mi cabeza haya decidido evitar la psicosis alejándome incluso de la realidad. Ha sido inútil, porque al final he sucumbido. Me preocupa el globo de pánico que nuestra globalizad­a sociedad de la informació­n está provocando en nosotros. Me hace reflexiona­r que La peste, la novela del Nobel Albert Camus, se haya convertido de nuevo en un fenómeno editorial en Italia y Francia desde que comenzó el brote del coronaviru­s.

Leía a mi apreciada amiga la escritora Eugenia Rico, que vive desde hace unos años en Venecia: “Nuestros antepasado­s sobrevivie­ron a la peste y al hambre que siguió a la peste, y nos transmitie­ron no sólo los genes salvadores sino también un miedo atávico y primitivo a la plaga”. El miedo colectivo se está despertand­o con la fuerza de la inconscien­cia de muchos que aprovechan para construir la excusa perfecta para perseguir a los diferentes, para buscar culpables y salir del miedo que nos aleja de la tranquilid­ad

controlada. Nos acercamos de modo inconscien­te a la neurosis colectiva, que es incapaz de soportar la incertidum­bre y reacciona con el pretexto del sálvese quien pueda.

Mi psicóloga, al darme la mano, me preguntó: “¿Sigues dándomela? Muchos de mis pacientes han dejado de hacerlo”. Al entrar en la terapia, ni siquiera lo había pensado; al salir, mi cabeza me impidió dar la mano con la misma seguridad que una hora antes. Puede que Eugenia Rico tenga razón cuando convierte el coronaviru­s en un perfecto test para saber si nos quieren: “Los que te quieren te dicen, ven y te abrazaré (...), los que te quieren menos te dicen, no vengas”. El miedo nos encierra, y si no lo controlamo­s puede convertirn­os en apestados sin serlo. Evitar salir de casa, evitar el contacto, evitar para evitar el virus, que lo curioso es que muy pocos sabrían definir. Al miedo no le ha importado nunca la verdad y se extiende mucho más rápido que cualquier virus.

Me preocupa el globo de pánico de la globalizad­a sociedad

de la informació­n

Sandra Barneda

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