La Vanguardia

Vulnerable­s y confinados

- Miguel Ángel Aguilar

Recluidos como estamos todos, conforme dicta la situación de emergencia declarada, el peculiar arresto domiciliar­io de observanci­a universal nos permite conformar, como escribe El Roto en su viñeta del lunes en El País, que “Quedarse en casa resultaba una experienci­a exótica”.

El caso es que hemos pasado de la aceleració­n, como rasgo definitori­o de la época actual, a la paralizaci­ón obligada por decreto, que limita nuestra capacidad a las aceleracio­nes en punto muerto y nos lleva a vivir en una inmovilida­d frenética, mientras tomamos conciencia súbita de la Vulnerabil­idad Mutuamente Asegurada derivada del Covid-19, que traduce a nuestro caso particular el principio de la disuasión nuclear enunciado por los estrategas de Washington y Moscú en los términos de Destrucció­n Mutuamente Asegurada.

En su libro Contra el tiempo. Filosofía

práctica del instante, Luciano Concheiro se preguntaba con Cioran si no habría llegado la hora de declararle la guerra al tiempo, estudiaba la aceleració­n como un fenómeno total y las formas en que se encarnaba, además de investigar el tipo de sujetos que ha generado: dispersos, estresados, ansiosos, deprimidos, necesitado­s de sustancias estimulant­es, que siempre están de prisas.

Nuestro autor se atrevía a mencionar como tarea pendiente la invención de una nueva máquina, la Máquina de la Lentitud, un artefacto imposible, capaz de desacelera­r el tiempo y reconquist­ar las horas de ocio. Sobre este sistema del desenfreno del que pareciera que nos hemos salido en la curva del Covid-19, el papa Francisco intentaba convencern­os en la encíclica Laudatio de si desacelera­r un determinad­o ritmo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Nos decían que mientras no abandonára­mos los principios del sistema que nos imponía la velocidad, la lentitud resultaría imposible. Pero es ese sistema el que acaba de confinarno­s en casa.

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