La Vanguardia

“¡Estamos siempre con gente!”

Empleados de supermerca­dos cuentan cómo algunos clientes les desesperan y otros les emocionan

- LUIS BENVENUTY

Un empleado de un gran supermerca­do ubicado en el barrio de Sant Antoni dice que sí, que claro, que ahora tienen que restringir la entrada de clientes. “Porque aquí dentro la gente se estresa y ni respeta la distancia de seguridad ni nada –agrega, apurando un cigarrillo, dándole caladas un tanto ansiosas, de esas que exprimen los pitillos y los dejan canijos y requemados, de esas que denotan que uno está hasta las narices–. Porque aquí, hasta ahora, había más roces que en La isla de las tentacione­s, de verdad...”. El guardia jurado dispuesto a su lado, con los brazos cruzados, suelta una carcajada. Y ahí está el buen humor, cumpliendo su papel como válvula de escape.

Entretanto la gente dibuja una larga y tremendame­nte silenciosa serpiente que se contorsion­a sobre sí misma bajo la lluvia. A pesar de que el momento más intenso de la operación aprovision­amiento ya quedó atrás, las colas se repiten en un supermerca­do tras otro. Las más largas frente a los establecim­ientos más grandes. Y cada dos por tres uno que llega, pues va y enfila muy presto a la puerta del establecim­iento hasta que el guardia jurado le dice que no puede entrar, que tiene que guardar cola, como todo el mundo. “Si sólo quiero comprar el pan...”, protesta el hombre. “No importa, es una cuestión de aforo”, dice el guardia, sin descruzar los brazos. “¡Sólo quiero una barra, por Dios!”. “Pues vaya a una panadería, que allí las colas son más cortas”. El hombre en cuestión se incorpora a la cola farfulland­o maldicione­s. “Todos dicen que vienen sólo a por el pan, y luego cogen el carro y...”. “Esto es que por momentos parece la puerta de una discoteca –continúa el empleado después de pisar su citido garrillo exprimido– ¡algunos se inventan unas chorradas para saltarse la cola! porque mucha gente no entiende que si vienes de buen rollo te encontrará­s buen rollo ¡es el karma! pero si vienes de malas... ¡aquí no estamos para aguantar tonterías! porque nosotros también estamos cansados, estresados, agobiados. ¿Sabes lo agobiante que es estar todo el rato tratando con gente? Se me van a despelleja­r las manos de tanto frotármela­s, joder... que luego llego a casa y me da cosa sentarme en el sofá”. El hombre enciende otro pitillo, sin darse cuenta.

A unas pocas manzana, también en el Eixample, en otro supermerca­do, mucho más pequeño y humilde, una cajera explica tras su máscara que muchas personas no se dan cuenta de lo que realmente está pasando. “La mayoría de los clientes se comporta de un modo muy cívico, de verdad, algunos dejan los carros en su sitio, te sonríen mientras esperan, te ayudan a embolsar los artículos, incluso te agradecen que estés aquí, trabajando ¡sienten que les estás ayudando a superar todo esto! Hasta he leído algún tuit de agradecimi­ento que me ha emocionado. La verdad es que nunca me había sentan reconocida. Este trabajo no tiene mucho prestigio, la verdad...”.

“Buenas –dice de repente un joven asomando la cabeza desde la calle– ¿hay carne?”. “Algo queda...”, le dice la cajera. Es que todo el mundo quiere pollo, musita la cajera. Al parecer estos días el pollo es el rey. “Y los distribuid­ores no tienen para cubrir todos los encargos. Te traen un poco menos de lo que les pides. Pero es normal.

Algunos cajeros relatan cómo el trato con el público les estresa y les dificulta conciliar el sueño

“Algunos compradore­s vienen de uñas, pero otros te ayudan, te sonríen e incluso te dan las gracias por trabajar”

Después del follón del fin de semana aún no les dio tiempo a matar a tantos pollos. Por eso al mediodía los estantes de la carne están como están, pero mañana habrá más...”.

Pero muchos ciudadanos, que no son pocos, continúa esta trabajador­a, “no lo entienden o no lo quieren entender, y vienen de uñas, como si vinieran a la guerra, discutiend­o por la última bandeja de muslos de pollo, ¿no ves que también hay hamburgues­as? ¿qué más te da una cosa u otra?, que hemos tenido que poner cinta aislante roja en el suelo para que la gente guarde las distancias, y algunos las aprovechan para colarse, y luego les dices ‘póngase aquí, espere un momento...’, y se enfadan, y te responden mal, y te dicen que no es su problema, que te cambies de guantes para atenderles... Estamos desinfecta­ndo los datáfonos tras cada uso, dando el cambio en bandejitas, limpiando todo el rato... Y el sábado uno tiró la compra entera al suelo y se marchó sin nada, dando gritos, y luego al charcutero le dio un ataque de ansiedad ¡vas a reponer y cogen las patatas del palé antes de que te dé tiempo a ponerlas en el estante. ¿Cuántas patatas puedes guardar en casa? Es un sinsentido. Y luego tú vas y regresas a casa después de estar todo el día tratando con gente y sientes que estás llevando la enfermedad a tu casa, que vas a contagiar a tu familia. Muchos no podemos ni dormir por culpa de los nervios... Yo estoy agotada, de verdad... y todo esto no ha hecho más que empezar”.

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ÀLEX GARCIA La afluencia a los supermerca­dos de Barcelona fue ayer inferior a la registrada los días anteriores

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