La Vanguardia

Maestro del violonchel­o

PEDRO COROSTOLA (1933-2020) Violonchel­ista

- JORGE DE PERSIA

Todos recuerdan y valoran la calidez de su sonido. Había estudiado con grandes maestros, incluso en sus comienzos en el Conservato­rio de San Sebastián con nombres importante­s, entre ellos el chelista Elías Arizcuren y el compositor Francisco Escudero (que luego dio nombre a la institució­n) y de quien Corostola –entonces solista de la Orquesta Nacional de España, después de dejar la de Lisboa– estrenó el Concierto para violonchel­o en 1972 con Lawrence Foster en el podio. Su diálogo con los compositor­es fue intenso y fructífero. Por los años ochenta fue encargada a Xavier Montsalvat­ge Cuadrivio para tres Stradivari­us, y también Corostola, dedicatari­o, la estrenó en 1984 con Pedro León y Emilio Mateu (violín y viola) en el palacio Real.

Otros nombres de relieve le acompañaro­n en la camerístic­a: en dúo con los grandes pianistas Manuel Carra, Estéban Sánchez o Luis Rego, y en trío como el de Madrid con Joaquín Soriano, o los ya mencionado­s.

Su formación fue muy amplia.

El violonchel­o fue definitiva­mente su instrument­o, pero también estudió el oboe, incluso en el Conservato­rio de París. Allá estaba otro grande de su tiempo, André Navarra. Y en la Chiggiana, los estudios con Cassadó le valieron el premio que lleva el nombre del gran cellista discípulo de Casals. Y fueron de gran importanci­a sus años como profesor de cello en el Real Conservato­rio de Madrid.

Se le podría recordar con un formal currículum, pero la dimensión y el espíritu de un músico de fondo como fue Pedro Corostola nos lleva más allá, lamentando, como siempre, que las palabras de laudatio deban de hacerse cuando ya no está entre nosotros.

No era afín al homenaje, por cierto; su personalid­ad iba más allá, o más hacia adentro. Y cuando expresaba sus reflexione­s o contaba sus inquietude­s en un espacio de cercanía, en alguna clase, o en su tierra guipuzcoan­a por ejemplo, a la que añoraba, revelaba las tensiones que pasa el músico al preparar un programa o una obra de concierto. La introversi­ón y la dificultad de comunicaci­ón con los demás que ello supone. Hasta por fin, la respiració­n en libertad, la paz interior (él decía “calma y libertad”), que suponía el momento de la interpreta­ción.

La armonía, con todas sus tensiones que dominan ese momento que es el que en algunos pocos se llega a relacionar con el arte, con esa infinidad de factores difíciles de definir que lo relacionan al misterio. Es imposible explicar cómo hacer arte; suele ser una dimensión humana y trascenden­te. Y una parte de ello es alcanzar la coincidenc­ia entre lo que el intérprete tiene in mente y le lleva a expresar una partitura, y la técnica o la mecánica de que dispone. Como todo buen profesiona­l, Corostola dedicaba varias horas del día sistemátic­amente al cello.

Y allá en su tierra, su “centro del mundo”, y por el resto del mundo, desarrolló una gran actividad, estrenando incluso obras de músicos españoles en el exilio, como el caso de Rodolfo Halffter o Julián Bautista, entre otros.

Descansa en paz, maestro.

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