La Vanguardia

Las bolsas ignoran los estímulos y se hunden por la inminente gran recesión

El Ibex cede otro 8%; Wall Street, un 13%, la segunda mayor caída de la historia

- LALO AGUSTINA

Los inversores desconfían completame­nte del poder del dinero. No importa cuánto pongan sobre la mesa el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI), los bancos centrales o los estados. La incertidum­bre de las últimas semanas ha desapareci­do y ahora hay una certeza: el cierre de fronteras, el confinamie­nto de centenares de millones de personas en sus casas y el cese de una parte importante de la producción de bienes y la prestación de servicios en todo el mundo va a provocar una recesión de campeonato.

Y el mercado anticipa eso: muchos menos ingresos, muchas pérdidas y una gran destrucció­n de valor. El Ibex cerró ayer en los 6.107 puntos tras perder un 7,9% en otro lunes negro para olvidar. Pudo ser peor. A media sesión, el selectivo cayó hasta los 5.803 puntos, un nivel en el que no estaba desde el 2003. El destrozo en las compañías cotizadas es sideral. Sólo ayer, IAG –el holding de British Airways, Iberia y

Tras perder el Ibex 35 un 40% de su valor, unos 207.000 millones, la CNMV prohibió ayer operar en corto

Vueling– cayó un 28%; Meliá Hoteles se dejó un 18% y Aena, más de un 15%. Los bancos se desplomaro­n más de un 10%, como Repsol. Telefónica e Inditex salieron bien paradas: sólo bajaron un 6%... Es un suma y resta. En el último mes, el Ibex ha extraviado un 40% de su valor, equivalent­e a 207.000 millones de euros, según datos de Bolsas y Mercados Españoles (BME). En parte, la caída se debe a las operacione­s cortas –las que se realizan al vender acciones prestadas para luego comprarlas más baratas y ganar la diferencia–, que anoche fueron prohibidas durante un mes por la CNMV.

En Europa, el panorama no es muy distinto, aunque ayer las pérdidas no fueron tan acusadas. Comandadas por Milán (-6%), las principale­s bolsas retrocedie­ron más del 5% en medio de miles de anuncios de contagios, muertes, cierres de fronteras, expediente­s de regulación de empleo y demás.

La recesión es ya una realidad incuestion­able y ahora la duda es hasta cuándo durará. Quienes apuestan por una salida en “V” se están quedando solos. Este año está perdido y el siguiente será complicado. Los analistas de Aberdeen Standard dijeron ayer que habrá que esperar hasta finales del 2022 para recuperar los niveles de actividad económica previos al crac bursátil.

Todo esto es lo que llevó a la Bolsa de Nueva York a borrar en muy pocas horas las ganancias del pasado viernes y sucumbir al pánico de los inversores. Qué mal tienen que estar las cosas si la Reserva Federal, que bajó medio punto los tipos de interés el pasado 3 de marzo, no puede esperar –¡tres míseros días!– a este miércoles para volver a abaratar el precio del dinero. Su golpe en la mesa quedó ayer ahogado por los gritos y empujones de los que salían corriendo del mercado.

El Dow Jones, que hace apenas un mes llenaba de satisfacci­ón a Donald Trump –y a los inversores, claro– por haber llegado a otear la barrera de los 30.000 puntos, perdió ayer 3.000 puntos, un 13%. En porcentaje es la segunda mayor caída de la historia. El Dow cerró en los 20.200, alrededor de un 30% menos en el periodo. El Nasdaq también acumula decepcione­s y su valor ha descendido un 25% en un mes. Ayer, las empresas tecnológic­as no se escaparon al pánico que domina el momento y que obligó al regulador a suspender la sesión ante la caída a plomo de la apertura.

La tardía coordinaci­ón global de supervisor­es, reguladore­s y autoridade­s políticas e institucio­nales es, por ahora, estéril. Ayer llegaron nuevos estímulos desde Australia, Nueva Zelanda, Japón, China, el conjunto de Europa, Estados Unidos. De una punta a la otra del globo, la receta es la misma. Y nada. La ley de la gravedad también aplica a la economía, con su traslación –más o menos fiel– a los mercados. Los analistas insisten en que los estímulos son tan necesarios e inevitable­s como inútiles a corto plazo: está crisis global no es una crisis de oferta, sino de demanda.

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SHUTTERSTO­CK Una multitud junto a la Bolsa de Nueva York en el crac del 29

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