La Vanguardia

El crimen más horrendo

Si Canadá lo deporta, Rusia espera castigo para un militar nazi por la masacre de 214 niños en 1942

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

Si sus abogados no logran pararlo con sutilezas legales, este año Canadá podría deportar a uno de los últimos militares nazis sospechoso­s de crímenes contra la humanidad. Aún no se sabe adónde le enviarían. Pero Rusia se prepara, porque, sea aquí o a Alemania, la expulsión de Helmut Oberlander podría poner fin a la investigac­ión de uno de los crímenes más atroces cometidos por los escuadrone­s de la muerte nazis.

Tras la operación Barbarroja contra la Unión Soviética, uno de los objetivos de Hitler era llegar al Cáucaso. A medida que avanzaban los soldados, lo hacían también los Einsatzkom­mando. Uno de ellos, conocido como Ek10a, actuó con gran saña en el sur de Rusia, especialme­nte en la actual provincia de Krasnodar. Sus crímenes quedaron al descubiert­o cuando el Ejército Rojo empezó a recuperar el terreno perdido. En 1943 se descubrió la masacre de 214 niños en un orfanato de Yeisk, en el mar de Azov.

El Comité de Instrucció­n de Rusia, que se ocupa de investigar casos de especial gravedad, cree que Helmut Oberlander formaba parte del grupo. Alemán nacido en la actual Ucrania, tenía 17 años y ejercía de traductor. Tras la guerra, Oberlander se instaló en Canadá e hizo carrera como agente inmobiliar­io.

Con 96 años, Oberlander forma parte de la lista de criminales del Centro Simon Wisenthal. Las autoridade­s canadiense­s iniciaron causa contra él en el 1994.

En el 2000, el Tribunal Federal de Canadá descubrió que para obtener la ciudadanía mintió sobre su pasado durante la guerra. Desde ese año esta instancia le ha retirado tres veces la ciudadanía que se le concedió en 1960, y en otras tres ocasiones los recursos de apelación han revertido la decisión. Oberlander perdió el pasaporte canadiense por cuarta vez en el 2017, y en diciembre del año pasado el Tribunal Superior le negó la última apelación.

Gracias a eso, Canadá comenzó el proceso para su deportació­n. Pero aún habrá obstáculos legales. Su abogado, Ronald Poulton, ha asegurado a Spútnik que el proceso está lejos de haber concluido.

Oberlander nunca ha negado que formase parte del escuadrón entre 1941 y 1943. Pero asegura que tenía un rango bajo, que fue reclutado a la fuerza siendo adolescent­e y que nunca tomó parte en las atrocidade­s cometidas por el batallón.

Poulton ha presentado ante la Agencia de Inmigració­n y Refugiados, quien se ocupa ahora del caso, informes médicos para demostrar que sufre ceguera, le falla la memoria y sus capacidade­s cognitivas y de audición se están deterioran­do. Con casi un siglo y otra nueva batalla judicial a la vista, las posibilida­des de que el caso salga de Canadá son escasas. Los fiscales de Rusia decidieron, sin embargo, reabrir la causa en octubre, cuando se empezó a abrir el camino a la deportació­n. El Comité de Instrucció­n comenzó a examinar documentos publicados por el FSB y abrió un expediente por genocidio. Al mismo tiempo, solicitó a Canadá compartir los archivos del caso.

Según datos de los investigad­ores rusos, Oberlander sirvió a las órdenes de Kurt Christmann, alias doctor Ronda, conocido por utilizar en los territorio­s ocupados cámaras de gas instaladas en vagones. Según los historiado­res, en 1942 y 1943 el Ek10a fue responsabl­e de la muerte de más de 20.000 personas, la mayoría judíos. La masacre del orfanato de Yeisk se produjo el 9 y el 10 de octubre de 1942.

El orfanato es hoy el internado número 2 de Yeisk. Su subdirecto­ra, Irina Linde, ha dicho a los medios rusos que los huérfanos eran niños de entre 6 y 17 años con minusvalía­s que llegaron de Simferópol huyendo del avance alemán. “Desde este mismo edificio, los fascistas se llevaron a los niños para su terrible muerte”, explicaba en el Primer Canal. En el expediente de la investigac­ión hay esquemas que muestran que los nazis instalaron su vagón en medio del patio y fueron llamando a los niños por su nombre diciéndole­s que era una banya (sauna rusa). La exhumación de una fosa común a las afueras de la ciudad y el examen posterior de los cadáveres mostró que los niños habían sido enterrados vivos o que habían muerto por inhalación de monóxido de carbono. Varios de ellos lograron huir, y uno describió luego lo que ocurrió. Su manuscrito se guarda en el Museo de Historia de Yeisk y sirvió de base para la condena de varios de los criminales.

Entre 1940 y 1960, “varios traductore­s miembros del comando (incluido Christmann) fueron detenidos y condenados”, ha explicado Svetlana Petrenko, portavoz del Comité de Instrucció­n. Pero Helmut Oberlander logró huir y llegó a Canadá en 1954.

Helmut Oberlander alega que no fue un nazi, que fue reclutado a la fuerza y que no tomó parte en las atrocidade­s

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ARCHIVO LV

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