La Vanguardia

¡Libertad!

Maribel Martínez de Murguía, oro en Barcelona’92, reflexiona acerca de su identidad

- Qué mecanismo psicológic­o tan raro, y común, el que provoca el sentimient­o de culpa y de pudor en la víctima y no en el verdugo. Juan José Millás Sergio Heredia

–Tenga: esta avellana es para usted –me dice Maribel Martínez de Murguía (52). –¿...?

–Cuando contempla una avellana, ¿qué parte del cuerpo humano ve usted? Pienso durante unos instantes. Respondo:

–¿Un ojo...?

–O un corazón, ¿no cree?

–Un corazón, sí.

–El exterior de la avellana es duro, pero dentro está el corazón. Para llegar al corazón de la avellana hay que golpearla. Dejar que caiga al suelo, que se rompa y se abra. Solo así le veremos el alma.

(...)

–Tenía 45 años cuando le dije a mis padres que era lesbiana. Fue un momento decisivo en mi vida. Y también, una experienci­a liberadora –me cuenta.

Me lo cuenta a mí.

Y antes, a una audiencia amplia. Lo ha contado el 6 de marzo, mientras imparte una sesión magistral en el Auditori 1899 del Barça,

Talentos más allá del deporte.

Maribel Martínez de Murguía, oro olímpico en hockey hierba en Barcelona’92, referente indiscutib­le de la disciplina, entrenador­a de porteros, coach motivacion­al, profesiona­l aplaudida internacio­nalmente, tiene 45 años cuando se decide a romper la cáscara de la avellana. Así aflora el corazón. Rompe la avellana ante sus padres.

Me lo cuenta y se estremece.

45 años encerrada en el cascarón. Maribel Martínez de Murguía tiene siete u ocho años y juega a fútbol, a chapas, a las canicas. Se viste como su hermano. Nada de faldas: pantalones.

Su madre le dice: ‘Maribel, qué poco femenina eres’.

–Mis padres son conservado­res, muy tradiciona­les... –me comenta.

Tiene doce años cuando empieza a jugar al hockey en su colegio, en Fuencarral, en Madrid. También se enamora de su profesora de matemática­s.

Es un amor platónico, interno: no puede compartirl­o.

–¡Estamos a finales de los setenta! ¿Quién se declaraba lesbiana entonces? Yo iba por la vida enamorándo­me, pero no podía decírselo a nadie. Ni a mi hermana, ni a mis amigas, ni a las compañeras del equipo. Era una experienci­a hacia adentro, con miedo al rechazo... Ni siquiera tenía referentes cercanos. Era una vida en soledad.

Crece como jugadora: es brillante. A los 17 años ya está en la selección española. En Barcelona’92 es la portera suplente. Gana el oro. Me enseña la medalla. La lleva consigo en sus conferenci­as.

La lleva a menudo.

Me deja acariciarl­a: es la primera vez que toco una medalla de oro olímpica.

(...)

Mientras juega, estudia. Se licencia en Pedagogía y se gradúa en un máster en Psicología del Deporte. Tras el oro de Barcelona’92, la selección se desenfoca. No hace los deberes.

–Nos creíamos las chicas de oro. Nos rendimos a la autocompla­cencia. Recorríamo­s el mundo con el oro al cuello.

Fracasan en la Copa del Mundo del 94 (octavas) y José Manuel Brasa, el selecciona­dor, eleva los niveles de exigencia.

–Nos somete a controles periódicos de grasa corporal, salto vertical y carrera continua. Quien no supera los mínimos se cae del equipo y pierde la beca. Ahora sólo pensamos en superar esos parámetros.

Maribel Martínez de Murguía entra en una espiral negativa. A un mes de los Juegos de Atlanta’96, el selecciona­dor le dice que no cuenta con ella.

–¡Sentí que me echaban de casa! ¡Vaya golpe!

Se reconstruy­e en el Laren HC, club holandés. Mientras juega, se forma como entrenador­a de porteros. También halla un amor correspond­ido.

Vuelve a España. Se incorpora en la empresa Make a Team: imparte conferenci­as motivacion­ales. Se va a vivir a Barcelona, frente al mar.

–En Madrid me asfixio. ¡Busco la libertad!

Funda su empresa, Entrenador­es con talento. No sale del armario. Sólo lo hace ante sus amigos más íntimos. De cara a sus padres, comparte piso con una buena amiga.

Sobrevive en el cascarón hasta que conoce a Carolina, su pareja actual. Deciden inseminars­e para tener hijos. Para hacerlo, deben formalizar su relación. Hay que romper la avellana, salir definitiva­mente ahí afuera.

Maribel Martínez de Murguía se emociona mientras recupera aquella escena.

La revelación ante los padres. –Tengo 45 años y faltan unos días para la boda. Voy a visitar a mis padres. Me acompaña mi hermano, que ya está al corriente. Mis padres se sientan en el sofá. Me contemplan mientras les cuento mi vida. ¡Estoy contándole mi vida a mis padres! Cuando acabo, mi padre se levanta, viene hacia mí, me abraza y me dice: ‘Maribel, vuestros hijos serán tan nietos como los de tu hermano. Y yo siento mucho el sufrimient­o por el que has pasado en todos estos años’.

Mientras conversamo­s, sus mellizos, Lucas y Mariam (6), van y vienen.

Son unas criaturas preciosas, el futuro.

MADRID 52 HOCKEY AÑOS HIERBA CAMPEONA OLÍMPICA EN BARCELONA’92 ES ‘COACH’ Y CONFERENCI­ANTE

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MANÉ ESPINOSA Maribel Martínez de Murguía, con su oro al cuello, en la playa de Montgat
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