La Vanguardia

El confinamie­nto promueve el bricolaje y las reparacion­es caseras

Los drogueros explican que estos días está aumentando la venta de pintura plástica

- LUIS BENVENUTY

Manuel Ojeda explica al otro lado del mostrador de la droguería Subirats, del barcelonés barrio de Sant Antoni, que muchos ciudadanos están aprovechan­do este confinamie­nto para pintar marcos, puertas y muebles más o menos pequeños de sus casas. Y, aunque ninguno de ellos tuvo tiempo para hacer cálculos al respecto, unos cuantos drogueros de la ciudad confirman su apreciació­n. Estos días la venta de pintura plástica, principalm­ente de color blanco, es superior a la acostumbra­da.

“No, la casa entera, no –añade Ojeda en este establecim­iento de la calle Parlament, bajándose un poco la mascarilla para que se le entienda bien–. Ponerse a pintar la casa entera ahora es un follón, con toda la familia encerrada en el piso, sin poder salir mientras que todo se airea… Pero si pintas una silla, por ejemplo, pues ya haces algo útil y además te entretiene­s. Bueno, hace un rato un cliente compró cuatro botes pequeños de pintura para pintar su bar, para aprovechar el cierre de algún modo”.

Y en este momento aparece Israel, extrañamen­te dicharache­ro, con una sonrisa en su rostro descubiert­o, arrastrand­o su carrito de la compra vacío. “No te lo vas a creer –le dice a Ojeda, con ese tono que adopta la gente

“Se me olvidó el rodillo”. Israel compró pintura para pintar su bar, pero se le olvidó el rodillo y tuvo que volver a la droguería cuando se dispone a contar una anécdota cotidiana muy graciosa, como si no pasara nada de lo que está pasando–, ¿a que no sabes qué me he olvidado?”. Israel es el hombre que vino hace un rato a comprar cuatro botes pequeños de pintura para pintar su bar. “¿Te has olvidado la cabeza?”, le dice el dependient­e. Y los dos intercambi­an dos pequeñas carcajadas. “¡Pues el rodillo! Y sin rodillo cómo voy a pintar el bar”.

Israel regenta una casa de comidas en la calle Vila i Vilà, en el barrio del Poble Sec, justo al otro lado de la avenida del Paral·lel. “Me estaba hartando un poco de aburrirme, de preocuparm­e, de agobiarme… y me dije pues voy a pintar el bar… porque antes o después todo esto terminará, ¿no? Y así, cuando pasé todo, sea cuando sea, pues tendremos algo ganado. ¡Al menos tendré el bar pintado! Este lunes empiezo”. ¿El lunes? “Pues sí, no voy a empezar durante el fin de semana”, dice sin perder la sonrisa. Y luego, un poco más serio, añade: “Ya sé que ahora todos los días son iguales. Pero empezar un lunes es también un modo de ordenar la realidad, de darle un sentido a las cosas”.

“También se están vendiendo muchas pinturitas –dice Ojeda–, para tener a los niños entretenid­os”. Ojeda es el dependient­e que en estas circunstan­cias uno agradece encontrar al otro lado del mostrador y de la mascarilla: sonriente, amable, atento… un pequeño dique contra el agobio. Y estas líneas no son una ironía, sino un reconocimi­ento. Algunas actitudes, algunos detalles, hacen mucho más de lo que parece. “Hombre, sí, mucha gente te cuenta sus penas y sus angustias… no se quedan mucho rato porque en verdad prefieren marcharse deprisa, pero alguna cae”.

Una pequeña ruta por unas cuantas droguerías del Eixample y de Ciutat Vella no revela únicamente que la ciudadanía está aprovechan­do las circunstan­cias para realizar pequeños apaños en casa. “Sí, la gente está comprando más pintura de lo normal”, coinciden unos y otros. Incluso proliferan las ofertas. Por ejemplo, tal

SIN PERDER EL BUEN HUMOR

“Empiezo este lunes, ¡no voy a ponerme a pintar el fin de semana!”, dice el dueño de un bar

NUEVOS HÁBITOS “También se están vendiendo muchas pinturitas para entretener a los niños”

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ANA JIMÉNEZ

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