La Vanguardia

Regreso al pasado

- Josep Oliver Alonso

Lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible reza un aforismo. Algo que, en lo tocante a la eurozona, refleja su situación actual. En el 2012 contuvimos el aliento ante un euro tambaleánd­ose, que podía centrifuga­r a los países del club MED. La situación se salvó por una combinació­n de dureza y flexibilid­ad alemana, presión de los mercados, reformas internas y solidarida­d (MEDE e intervenci­ón del BCE). Pero, ¡ay!, aquellos días del 2012 mostraron que la unión monetaria tenía grietas que, si no se corregían, volverían a abrirse. Atendiendo a este riesgo se dieron los primeros pasos de la inconclusa unión bancaria, se definió la actuación del MEDE y se aumentó la capacidad del BCE (compra de activos y OMT). Parte de estos mecanismos se han usado ahora: la masiva intervenci­ón del BCE ha beneficiad­o en particular a Italia, España y otros del sur. Pero en lo tocante a compartir riesgos fiscales, la situación es distinta. Lo pone de relieve la negativa a la demanda de coronabono­s (emisión de bonos europeos para luchar contra la pandemia) de Francia, Italia y España, entre otros. Nada distinto a lo que podía esperarse.

¿Qué se ha decidido? Poner a disposició­n de quien lo necesite líneas de crédito del MEDE, como las de España en el 2012. Pero, para evaluar el alcance de este acuerdo, habrá que ver qué condiciona­lidad exigen y si podrá obviarse que el Parlamento

Mientras la deuda en el sur siga preocupand­o, olviden otras formas de solidarida­d europea más allá del BCE

alemán los apruebe. En este debate acerca de la solidarida­d europea, lo que realmente preocupa no son las necesidade­s inmediatas.

Lo que asusta es el agujero que se va a generar en las finanzas públicas, resultado directo de las medidas anticrisis o del colapso de la actividad. La UE ha autorizado que cada Estado pueda gastar un 2% del PIB por encima de sus objetivos de déficit, con lo que, dadas las previsione­s previas, situaría el de España en el 2020 en el entorno del 5%. Pero, si la recesión aprieta, el colapso de los ingresos públicos (entre el 2008 y el 2012, los impuestos cayeron alrededor de 5 puntos del PIB) y aumento del gasto por desempleo (1 punto del PIB entonces) puede terminar situando el déficit del 2020 por encima del 7%-8%. Y una vez en estos registros, lo difícil es su reducción: en la peor de las hipótesis sobre la crisis económica, no es impensable que la deuda pública termine en el entorno del 120% del PIB.

Y ahí le tiemblan las piernas a la UE. Porque, en esta tesitura, ¿quién se atreverá a proponer nuevas rondas de austeridad? El Covid-19 nos ha devuelto, de golpe y porrazo, al 2010-12. Y con él regresan los fantasmas de un pasado que hubiéramos deseado dejar atrás hace mucho. Pero que, lastimosam­ente, ahí continúa. Mientras la deuda pública en el sur, y el estado de la banca en Italia, continúen preocupand­o como hasta ahora, olviden otras formas de solidarida­d europea que no sean las que practica el BCE. Que, aunque potentes, no permiten muchas alegrías a los gobiernos sureños.

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