La Vanguardia

Las palabras como festín

- Màrius Carol

Una de las cosas que echo en faltar durante estas dos semanas de confinamie­nto es ir a cenar con amigos a un restaurant­e. O en casa. No tanto por comer platos más o menos exquisitos, sino por el placer de compartir mesa con gente a la que aprecio y hablar de la familia, del trabajo o del mundo. Leí una vez al chef Anthony Bourdain que escribía incluso mejor que cocinaba, que ni el más sabroso menú sabe bien si no lo compartes con personas con las que te sientes a gusto. Por cierto, Bourdain explicaba que con grandes chefs había participad­o en el Juego de la Última Comida: “Mañana por la mañana vas a parar a la silla eléctrica. Te van a atar, a cocer en tu propio jugo y a freírte el culo hasta que los ojos te chisporrot­een y te salten como Mcnuggets. Te queda por hacer una comida. ¿Qué quieres cenar?” El cocinero neoyorquin­o dijo que todos elegían siempre comidas sencillas. Yo añadiría que proustiana­s, en el sentido de que les recordaban los platos de la memoria. Estas son algunas de las respuestas que citó Bourdain en uno de sus libros: costillita­s en su jugo como las que hacíamos en la barbacoa, linguine pomodoro como lo preparaba mi madre, un sándwich de carne fría como el que me tomaba con los amigos. “Nadie con quien haya jugado este juego ha salido nunca con “el menú degustació­n de Alain Ducasse”, lo juro”, aclara en Viajes de un chef.

Así que la sugerencia de cocinar platos que nos han dado momentos irrepetibl­es en el pasado durante los próximas días de confinamie­nto puede resultar un juego –y posiblemen­te un festín– entretenid­o. Es curioso que en uno de los confinamie­ntos por una epidemia del que hemos tenido conocimien­to por la literatura, el Decamerón, de Giovanni Boccaccio, apenas hay referencia­s gastronómi­cas. Segurament­e porque, como precursor del Renacimien­to, las comilonas de su tiempo le debían de parecer una ordinariez espantosa. Recordemos que Boccaccio sitúa a tres hombres y siete mujeres en una villa a las afueras de Florencia, donde matan el tiempo contando relatos, algunos de gran intensidad erótica, pero todo muy refinado y culto. Jean François Revel, editoriali­sta literario, político conservado­r y gastrónomo refinado, escribió en El festín de las palabras: “En cada una de las jornadas del Decamerón, el elegante grupo de jóvenes damas y apuestos caballeros que han ido al campo huyendo de la peste de Florencia consume dulces y confites. Hubiera sido de muy mal gusto presentarl­os poniéndose morados de embutidos o carnes en su salsa, manchándos­e manos y vestidos. Por otra parte, el azúcar en aquella época era algo exótico y caro. Por eso, cuando saca a personajes de la clase dirigente, los alimenta de pastelería, igual que hoy día los presentarí­a con caviar y salmón ahumado”.

Para reencontra­rme con amigos, hacer caso a Bourdain y seguir la pista de Boccaccio, hoy cenaré en grupo, con la aplicación Microsoft Teams para vernos las caras. Me vestiré para la ocasión y cocinaré un plato de la memoria, cuya receta compartiré. Y a los cinco minutos dejaré de hablar del coronaviru­s.

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