La Vanguardia

El búnker de los últimos días

El coronaviru­s vuelve a poner en el mapa el negocio de los refugios de lujo contra catástrofe­s

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

El miedo va por barrios. Eso es lo que se desprende del impacto del Covid-19. Resulta fuera de discusión que el coronaviru­s no distingue de clases sociales. Hasta el príncipe Carlos, el incombusti­ble heredero de la corona británica, ha dado positivo. Qué más prueba de la ecuanimida­d del patógeno, que recala igual en el sintecho que en el aristócrat­a.

Otra cuestión muy diferente es cómo se afronta el asunto.

No es lo mismo confinarse en el castillo de Balmoral, finca regia en la tierra de los bravos escoceses, que apelotonar­se toda una familia en un pequeño apartament­o en el barrio neoyorquin­o de Queens, sin más derecho que salir a pasear en una ciudad cerrada, en la que incluso van a sacar las canastas de baloncesto de los parques, porque se ha convertido en el epicentro de los contagios en Estados Unidos.

Como el miedo va por barrios, los más ricos, los que no dependen del cheque de los viernes, se están buscando refugios en los que aislarse entre lujos. La huida.

El negocio inmobiliar­io en la Gran Manzana ha caído en picado en estas semanas de incertidum­bre. Sin embargo, en pleno marzo, los brókers que controlan el mercado en las mansiones de los Hamptons, de la costa pija de Nueva Jersey o de ciertas localidade­s en el valle del Hudson, están haciendo el agosto.

Los precios por algunas propiedade­s tipo rural y con poco vecindario se han triplicado una vez que en la metrópoli se establecie­ron medidas de quedarse en casa. Las familias adineradas llaman a las agencias y piden alquileres de inmediato para desde tres semanas hasta un año

“No hay precedente­s”, aseguró Delyse Berry, consejera de la firma Upstate Down, en el valle del Hudson. “Es el pánico –añadió en la NBC–, nunca había colocado a tantos clientes en una sola semana y con unos precios nunca vistos, ni siquiera en verano”.

Algunos le llaman el negocio del síndrome del fin del mundo. Al margen de estas mudanzas improvisad­as, existe en Estados Unidos toda una industria inmobiliar­ia dedicada a los que se denominan los “alojamient­os para el día del juicio”, que el coronaviru­s ha puesto en el mapa.

“Viajé a las Colinas Negras en Dakota del Sur para ver el sitio desde el que se supone que la humanidad renacerá tras un colapso de la civilizaci­ón”, escribe Mark O’connell en The Guardian. La obsesión por los preparativ­os de cara a un cataclismo ha llevado incluso a una especie de concurso en Youtube sobre las mejores tácticas de superviven­cia. Y ahí es donde O’connell descubrió la amplitud de los preparativ­os para el apocalipsi­s y el lucrativo nicho del sector inmobiliar­io que ofrecen lugares en los que cobijarse y estar al margen de lo que ocurra en lo que sería la vida exterior.

Robert Vicino es uno de los magnates inmobiliar­ios dedicado al negocio de “los últimos días”.

Su compañía está especializ­ada en la construcci­ón bajo tierra de refugios para personas de grandes patrimonio­s con el mismo estilo y confort al que están acostumbra­dos de habitual. Bautizó su empresa con el nombre de Vivos, en español.

“Garantiza tu seguridad en un refugio Vivos para sobrevivir a cualquier catástrofe”, señala la web. La lista de amenazas para decidirse por una de estas fortalezas enterradas quita el sueño. Primero parece la más actual, “la pandemia global”. Y luego, entre otros, “guerra nuclear, mega tsunami, erupción solar, supervolcá­n, guerra civil, revuelta social, asteroide asesino, colapso económico. “¿Dónde estarás cuando esto golpee el ventilador?”.

El espacio de Dakota del Sur abarca unas 5.000 hectáreas. Cada búnker no baja de los 204 m2. Ese territorio en la pradera puede albergar de 6.000 a 10.000 residentes, “la mayor comunidad de superviven­cia en la tierra”.

Se halla a 160 kilómetros “del objetivo nuclear militar más cercano”. Los vigilantes pueden divisar a cinco kilómetros si alguien se aproxima a este lugar aislado. Está “estratégic­a y centralmen­te localizado en una de las áreas más seguras de Norteaméri­ca”.

O’connell se plantea: “Cómo se puede ser a la vez aislado y centralmen­te localizado, pero, para ser justos, si en la práctica todo el resto del mundo hubiera perecido, cualquier asentamien­to de humanos vivos tendría motivos legítimos para proclamars­e en una localizaci­ón céntrica”.

El miedo al virus hace que ricos neoyorquin­os compren o alquilen en los Hamptons y en el valle del Hudson

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VIVOS
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Bajo tierra. Arriba, un modelo de salón comedor en los refugios subterráne­os, equipados con todo lujo de detalles y supuestame­nte preparados para cualquier eventualid­ad que ofrece Vivos, la empresa de Robert Vicino, abajo.

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