Cuando la medicina se hace literatura
Son muchos los escritores que han sido también médicos y han reflejado su profesión. Con éxitos que contribuyen a la divulgación científica y la denuncia social. En coyunturas como la actual resulta oportuno recordar este homenaje que la literatura rinde a la profesión médica
El contacto humano, la proximidad afectiva y, todavía más, las circunstancias extremas como la enfermedad, el dolor y la muerte son, sin duda, los momentos de la vida que solicitan la atención tanto del médico como del escritor, desde el poeta Homero hasta Ian Mcewan, pasando por Gustave Flaubert y Thomas Mann. Hay que destacar la sensibilidad de Gustave
Flaubert, hijo y nieto de médicos, que vivió durante la infancia en el hospital donde trabajaba su padre, y que defendía que la escritura tenía que experimentar la misma proximidad con las personas que los médicos. Eso es lo que él llamaba la mirada
médica.
Flaubert utilizó esta expresión en una carta en que criticaba la novela Graziella, de Alphonse de Lamartine: “El autor no tiene la mirada médica de la vida, esa visión de aquello que realmente importa, y que es el único medio para conseguir los grandes efectos de la emoción”. No juzga la obra por elementos como los personajes, la trama,o el estilo, sino por la falta de una mirada humana sobre los seres vivos y los sentimientos. La base de la literatura.
Lo cierto es que son muchos los médicos que han tenido la tentación de escribir y es emocionante descubrir entre ellos ejemplos de escritores extraordinarios,
desde arthur con ando y le, an ton chéjov, Sigmund Freud, Frank Gill Slaughter, Somerset Maugham, Louis-ferdinand Céline, Archibald Joseph Cronin, Michael Crichton, Robin Cook, Michael Palmer u Oliver Sacks. Evidentemente, tendríamos que añadir una lista, siempre incompleta, de nuestros médicos escritores, como Pío Baroja, Gregorio Marañón, Pedro Laín Entralgo, Jaume SalomoLluís Daufí, todos ellos profesionales de la salud que decidieron aplicar sus conocimientos a la literatura.
Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, era un médico observador, con un potente razonamiento deductivo que lo llevaba a diagnosticar con un gran acierto las enfermedades de sus pacientes. Pero a finales del siglo XIX estas habilidades le servían de poco, dado que la medicina era muy rudimentaria; en cambio, en esa época nacía y prosperaba la ciencia forense. Por eso Conan Doyle, aburrido y frustrado por las limitaciones de la clínica, trasladó su inclinación por la observación... al ámbito de la ciencia criminal. Cambió la bata blanca y el estetoscopio, que se acababa de inventar, por una gorra con visera doble y una lupa, y de esta manera se creó la novela de detectives, que ha sido la cuna de la popular novela negra actual.
Escritores famosos han sido también médicos: Conan Doyle, Chéjov, Céline, Somerset Maugham, Baroja...
¿Por qué nos lo pasamos tan bien leyendo historias de médicos y de hospitales? Pues por múltiples y variadas razones. Uno de los grandes atractivos de este género literario es que regala el descubrimiento de la profesión, el descubrimiento del mundo sanitario. Y este es un regalo que comparte con otras novelas sobre profesionales como las de abogados, pero en el caso de los médicos, la curiosidad es enorme e incluso morbosa. El lector disfruta aprendiendo el qué y el cómo de las enfermedades, pero también de enterarse punto por punto de los detalles de la vida cotidiana, y delas dinámicas de la profesión.
Médico héroe / médico excelso
Otro encanto del género es que el médico encarna plenamente la figura del héroe, en el sentido de que su causa es noble y esencialmente altruista, tendiendo a poner su trabajo por encima de sí mismo, sacrificándose con largas jornadas laborales, y haciendo el máximo de esfuerzo, día y noche, para salvar la vida de los pacientes. Así pues, se convierte en una figura admirable y en la que el lector puede depositar su confianza.
Ciertamente, el médico héroe está siempre presente en las novelas médicas clásicas: Nadie debería morir (Frank G.
Slaughter), La ciudadela (A.J. Cronin), Cuerpos y almas (Maxence Van der Meersch )o Sublime obsesión (Lloyd C. Douglas). En todas ellas aparece el médico joven, de clase media, idealista, honesto, que acaba la carrera con constancia y esfuerzo, y que intenta abrirse camino como profesional, en un entorno donde continuamente se contrapone el buen médico a aquellos que sólo están interesados en lucrarse. En suma, en las novelas del siglo pasado, el médico triunfa porque es buen médico, pero también porque es buena persona.
Para dar un punto de complejidad, ha surgido en nuestros días un protagonista antihéroe: el médico excelso. Representa a un profesional altamente cualificado, con una excelencia mal entendida. Ególatra, poco ortodoxo, alejado del trato humano con los pacientes, para quien la prioridad son las publicaciones, los congresos, y el reconocimiento de los colegas; los enfermos sólo representan un obstáculo para alcanzar estos objetivos. Un personaje muy actual que deriva de la superespecialización y de las exigencias de excelencia curricular para la promoción personal.
Pero el médico antihéroe paradigmático es Gregory House, experto en diagnóstico, de la serie televisiva del mismo nombre. La diferencia entre House y los excelsos es que las prioridades del primero no están dirigidas a su beneficio en la promoción profesional sino a la satisfacción, genuinamente detectivesca, de resolver un caso. Según Lisa Sanders, asesora de la serie, el paralelismo con Sherlock Holmes no es casual, y su creador, David Shore, lo ha reconocido de manera explícita.
Los escritores de novela médica tenemos que tener en cuenta que somos responsables de la creación del imaginario colectivo sobre los profesionales sanitarios y el día a día de los hospitales. Sin embargo, los mecanismos de la ficción hacen inevitables ciertos recursos dramáticos, como la acumulación de acontecimientos en un corto espacio de tiempo, el éxito de un nuevo tratamiento, el paciente agradecido que se transforma en un mecenas, el acoso sobre un becario, el fraude médico, la enfermedad del propio médico, un error quirúrgico, un juicio, la venganza de un paciente... todo sobre el mismo protagonista y concentrado en el limitado espacio de una novela.
A propósito de este hecho, Toni de la Torre, crítico y guionista, nos recuerda que algunas de estas licencias a menudo son criticadas por la comunidad médica, ya que pueden crear expectativas demasiado elevadas en los lectores. La reanimación cardiopulmonar tiene unos resultados muy superiores en las novelas, por ejemplo, pero se trata de recursos para otorgar a sus protagonistas un heroico poder de resucitación. ¿Qué beneficios pueden reportar las lecturas de ficción médica sobre la misma medicina en sus diferentes ámbitos, incluyendo la asistencia sanitaria? Desde el principio parece poco creíble que un arte creativo, con escritores díscolos, bohemios, solitarios, complicados y soñadores, pueda condicionar un sector sanitario tan políticamente estructurado, vigilado científicamente y fiscalizado en su economía. Pero la ficción puede hacer milagros.
De entrada, la literatura inherentemente modifica aquello que trata, puramente por la interiorización que se da en la lectura, por el grado de intimidad que obtenemos con lo que leemos. Cuando una novela plantea el cuestionamiento de un tratamiento o una injusticia en la atención sanitaria, ese dilema, esa denuncia, se extiende en la sociedad lectora como un suero vitamínico que activa conciencias. Para explicarlo me referiré a cuatro escenarios hipotéticos, las 4 D: docencia, divulgación, dilemas éticos y denuncia social.
Docencia
Es cierto que al aprendiz de médico se le tiene que enseñar todo aquello relacionado con el organismo humano, pero eso no significa que pueda ejercer sus tareas atendiendo sólo en la parte física de la enfermedad, porque también se tienen que tener en cuenta las repercusiones emocionales que lo acompañan.
En la novela El médico , de Noah Gordon, los maestros de Rob Cole le advierten: “La ciencia y la medicina se ocupan del cuerpo mientras la filosofía trata sobre la mente y el alma, tan necesarias para el médico como la comida y el aire”. Aquí encontramos la filosofía, otra gran compañera de la medicina como disciplina competente en los conceptos de salud y enfermedad, de invasión de la intimidad corporal y del enfrentamiento de las decisiones de vida y muerte. El médico, como profesional, tiene que conocer de primera mano el miedo, la amargura, la tristeza y en general las emociones que provoca la enfermedad. En este sentido, el medio más apropiado es el registro literario. Hay ejemplos muy ilustrativos, como la novela A taste of my own medicine: When the doctor is the patient, d’edward E. Rosenbaum, en la que se basó la película El doctor, donde el magnífico d oc torMackee, especialista en otorri no la ringo logía, pero médico excelso, advierte a sus residentes :“La misión del cirujano no es encariñarse con los pacientes sino cortar con el bisturí: entras, lo arreglas y te largas”.
Pero de golpe todo cambia cuando al doctor Mackee le diagnostica un cáncer de laringe una doctora igual de fría y distante que él. a partir de ese momento, seda cuenta de lo duro que es estar al otro lado de la mesa del despacho, se da cuenta de cuáles son los sentimientos del paciente mientras espera los resultados de unas pruebas ante la incertidumbre de un diagnóstico, sin sentirse escuchado ni amparado por su propio médico. La lección de esta lectura, de cara a los alumnos, es que evidentemente no hace falta sufrir un cáncer de laringe para aprender a tratar a los enfermos, para considerarlos como personas normales que tienen una enfermedad y no, como a menudo se hace, llamándolos por el diagnóstico y el número de cama.
Otra lectura recomendada es Tío Vania de Chéjov, donde este nos explica el día a día del doctor Ástrov. Chéjov tenía veintiocho años y ya era un escritor famoso; pero también era médico y también un enfermo de tuberculosis. En esta obra dramática, el doctor Ástrov se contagia del sufrimiento del paciente y escribe: “Estoy de pie todo el santo día, y nunca tengo ni un momento de paz, y es cuando finalmente estoy bajo las sábanas que, de repente, pienso si me he equivocado con un paciente, con su diagnóstico o con el tratamiento”.
Divulgación
Son menos controvertidos los beneficios de la literatura de ficción médica sobre el nivel de la divulgación. No hace falta decir que la novela médica, cuando pone la trama, personajes y emociones al servicio de la ciencia, se convierte en una herramienta de divulgación muy poderosa. Los que hemos leído las obras de Ian Mcewan, una de las grandes figuras literarias contemporáneas inglesas, podemos valorar la eficacia en la transmisión de los conocimientos. Novelas como Expiación, Sábado, Solar y Amor perdurable las recordamos por el grado de penetración de la información y a la vez el placer que procuran: una lectura más entretenida que la aséptica columna de un suplemento de ciencia.
Otras novelas hablan de la evolución histórica de la medicina, como El médico,
Parece extraño que un arte creativo como la literatura pueda condicionar la ciencia médica, pero la ficción hace milagros
de Noah Gordon, donde se explican las contribuciones de Avicena, el médico persa que estudió las cataratas, la apendicitis y la vía de transmisión de la peste. O Sinuhé,
el egipcio ,de Mika Waltari, donde se describen las drogas de la época faraónica, algunas todavía utilizadas, y los conocimientos anatómicos alcanzados gracias a las técnicas de embalsamamiento de cadáveres.
Dilemas morales
Un tercer nivel importante es el de los dilemas morales (o éticos). En este estrato el doctor Robin Cook es el rey. El doctor Cook estudió Medicina en la Universidad de Columbia, pero pronto se convirtió en un novelista de éxito y abandonó la profesión activa. Es un escritor muy prolífico, con novelas que recogen de forma actualizada los avances de la medicina, con tramas que abordan las posibles desviaciones. Más que un escritor de ciencia ficción, a Cook se lo considera a un visionario de lo que podría suceder: “¿Está segura, una persona, en un hospital? ¿Sabemos realmente todo lo que hay detrás? ¿Qué intereses tienen las aseguradoras médicas? ¿Lo hacen todo por el bienestar de los enfermos?” De
Coma, la más conocida de sus novelas, todos recordamos la escena de los cuerpos suspendidos por cables, en una gran nave secreta, como almacén de donantes vivos de órganos, esperando receptor. O Cromosoma seis, que trata las manipulaciones genéticas, o bien Toxina, sobre los intereses de la industria alimentaria.
La resolución del dilema moral es relativamente sencilla en las novelas de Cook porque son temas muy posicionados en las conciencias de la población, y por lo tanto dan pocas opciones al debate. Hay otras novelas donde la reflexión es más compleja. Y como ejemplo vuelvo nuevamente a Ian Mcewan y su obra La ley del menor, donde una juez tiene que resolver casos tan impactantes como la separación de dos siameses y decidir cuál de los dos tiene que sobrevivir, o si un menor, testigo de Jehová, debe priorizar la religión de los padres sobre la necesidad vital de una transfusión sanguínea.
Muchos de los dilemas actuales se basan en la confrontación entre los derechos humanos individuales y los derechos colectivos a la seguridad y la salud pública. El riesgo de mantener el secreto médico en la enfermedad psiquiátrica, el ingreso hospitalario forzado también en psiquiatría, las vacunaciones obligatorias, y otros dilemas que podemos llamar clásicos, como la eutanasia o el aborto, son algunos ejemplos que a menudo trata la literatura médica.
Denuncia
Y aquí entramos de lleno en la última D: la literatura como denuncia, como herramienta de poder social. Novelas como Medidas extremas ,de Michael Palmer, que denuncia la investigación ilegal con humanos, o La casa de Dios ,de Samuel Shem, llamada la biblia por los residentes que se inician en la profesión médica, son clásicos de la literatura de este estrato. ¿Consiguen modificar realmente algunos aspectos de la sanidad, estas novelas? Veamos dos obras que han conseguido hitos dignos de estudio. A. J. Cronin fue un novelista y médico escocés, autor de La ciudadela y
Las llaves del Reino, las dos convertidas en película y nominadas a los premios Oscar.
La ciudadela, particularmente, ha pasado a la historia como una novela de denuncia.
Quien quiera conocer cómo se ejercía la medicina en la primera mitad del siglo XX en el Reino Unido, y cómo se luchó por conseguir una atención médica digna para los trabajadores y sus familias, no tiene que hacer nada más que leer La ciudadela.
Es una obra que describe la realidad social y sanitaria en la que vivían los mineros, y también la corrupción que se producía en la asistencia médica. El impacto social y político de La ciudadela fuetangrandeque provocó la primera organización moderna de los sistemas de salud en Gran Bretaña. El National Health Service (NHS) se vanaglorió de ser la primera organización gubernamental del mundo en proveer asistencia sanitaria a toda la población. Y eso gracias a una novela.
El segundo ejemplo es una narración actual: El jardinero fiel ,de John Le Carré, una novela inquietante que empieza en Kenia con un asesinato y que descubre un mundo de intrigas donde las multinacionales farmacéuticas utilizan a los africanos como conejillos de indias para medicamentos que después se comercializarán en los países occidentales. El libro obtuvo un gran hito histórico desde el punto de vista de la salud. En la Declaración de Helsinki, promulgada como guía ética para la comunidad médica mundial, se incluyó un párrafo especialmente dedicado a impedir que se puedan llevar a cabo los hechos relatados en la novela, con población vulnerable del tercer mundo.
Podemos concluir, pues, que la relación entre literatura y medicina es necesaria por los beneficios que se reportan mutuamente. Desde el descubrimiento de la profesión que hacen los lectores hasta el valor docente de estas novelas, la divulgación científica, la denuncia o los dilemas morales que plantean, especialmente motivadores y que facilitan la implicación emocional del lector .|