La Vanguardia

No hay peligro si no lo sientes

El virus ha atrapado a Europa y EE.UU. en el dilema de si la vida económica vale más que la vida humana, algo que los países pobres ni se plantean

- Xavier Mas de Xaxàs

No hay peligro si no lo sientes, y no sentirlo depende, en gran medida, de la autoconfia­nza y la libertad que tengamos. Muchas veces también depende de la ignorancia y la soberbia. Durante dos meses no sentimos el peligro de la Covid-19. No lo vimos venir hasta que lo tuvimos encima y ya fue tarde. Hasta los expertos en contagios y pandemias discrepaba­n. Salían en televisión, conectados a micrófonos oficiales, pontifican­do sin saber del todo.

Ahora hemos aprendido un poco. Nunca tantos seres humanos habíamos aprendido juntos y tan rápido, y seguiremos haciéndolo, al menos, durante un tiempo más, hasta que nos dejen salir de casa aunque sea sin poder ir al cine o al bar, obligados a mantener la distancia social hasta que se encuentre una vacuna, algo que probableme­nte tardaremos un año en ver. Ahora sabemos también que la crisis social y económica será muy dura. Si ya perdimos una generación con el colapso financiero del 2008 ahora perderemos otra.

Los estados ven venir la depresión. Saben que sin economía no hay vida. No hay vida al margen de la ecuación trabajo-beneficio. El beneficio lo es todo y ahora vamos camino de perder lo ganado con tanto esfuerzo.

La lucha contra la pandemia costará mucho dinero, los estados deberán pagar cada uno lo suyo y no está claro que les alcance. A Italia y España seguro que no. Deberán pedir créditos, endeudarse más. El Banco Central Europeo comprará todos los bonos que emitan, pero al final será un coste que deberán reflejar en sus balances.

Italia puede perder hasta un tercio de su economía y la deuda pasar del 126% al 160% del PIB, según ha calculado el banco de inversione­s Goldman Sachs. Italia, España y, posiblemen­te, tampoco Francia tendrán dinero para pagar la factura de la pandemia. La UE les dará créditos pero no cheques en blanco, y las condicione­s de estos préstamos están por negociarse. Alemania y Holanda no quieren compartir gastos, no quieren un fondo común. Que cada uno pague lo suyo. El virus se ceba en los países católicos del sur, los que peores economías tienen, los que el norte calvinista lleva una década desprecian­do.

“Han fracasado”, dijo hace unos días el ministro holandés de Economía. “No han logrado reformar sus economías”.

Italia lleva diez años sin crecer. España tardó cinco años en superar el crack del 2008 pero desde el 2013 crece sin parar. La economía española, en todo caso, es más pequeña que la italiana y la factura del virus será igual o mayor.

El dinero, causa principal de divorcio, rompe Europa. La UE se fragmentó con el euro, luego con el Brexit –que ante todo fue una ruptura por razones económicas– y ahora la Covid-19 está a punto de quebrarla de nuevo. Sin solidarida­d no hay Europa. Nunca la ha habido. Cuando mejor ha funcionado la UE es cuando mejor ha repartido la riqueza y afrontado unida retos como la caída del muro de Berlín.

Ahora, sin embargo, sobra egoísmo nacionalis­ta y falta dinero, y cuando no hay dinero hay que ponerse a trabajar cuanto antes, aunque no sea del todo seguro. La economía manda. Trump quiere que todos los norteameri­canos vuelvan al trabajo después del domingo de Pascua. Boris Johnson, ahora enfermo, tampoco pensó en parar. Dijo que debíamos asumir los muertos y seguir adelante. Trump, todavía sano, aún insiste en que el remedio no debe ser peor que la enfermedad. Vaticina muchos más muertos por la crisis que por el virus. Augura que habrá más suicidios y depresione­s por el confinamie­nto y la consiguien­te pérdida de empleos, empresas y ahorros.

Es verdad que la violencia doméstica se ha disparado. Francia dio ayer el dato del 32%. Y es verdad que proliferar­án los disturbios sociales cuando la ciudadanía vuelva a la calle y sepa que sólo saldrá adelante con un sufrimient­o similar al de una posguerra. Los nacionalpo­pulismos expandirán sus ya amplias bases sociales.

Esta es la realidad que aguarda a la vuelta de la esquina mientras Europa se pelea por la factura. ¿Llegará a limitar la circulació­n de personas cuando los desemplead­os de Italia y España vayan a buscar trabajo a Holanda y Alemania?

Todo puede ir a peor en este contexto neoliberal, y es que, como explicaba el filósofo Nuccio Ordine a Juan Cruz el otro día en las páginas de El País, “en la lógica neoliberal, la economía vale más que la vida humana”.

El valor de la vida siempre ha estado muy claro en las calles de los países en vías de desarrollo, en los campos de refugiados y los suburbios más insalubres de las megalópoli­s asiáticas, africanas y americanas. No vale mucho a pesar de serlo todo. Sobrevivir es la obligación diaria de millones y millones de personas, las más pobres del mundo, las que no pueden ser confinadas porque viven a la intemperie, sin agua corriente para lavarse las manos ni espacio de sobra para mantener una mínima distancia social. Dentro de nada empezarán a morir a un ritmo elevado, tal vez más alto que aquí, y cuando ellos mueran nosotros aún no habremos recuperado el resplandor de las sociedades agitadas, rebosantes de cultura y entretenim­iento, que nos vieron crecer.

Y en medio de este oleaje vírico ha surgido un líder global e inesperado, un hombre adusto, autócrata, plantado en las antípodas de la Ilustració­n europea, Xi Jinping, presidente de China. El tirano que venció a la Covid-19 reparte mascarilla­s y ventilador­es por Italia y España, Irán y África. Comparte con la UE la experienci­a adquirida en Wuhan. Es un salvador que demuestra la viabilidad de un futuro más seguro y más autoritari­o, de una humanidad tal vez más sana pero también más sometida, más colectiva y menos individual. El rebaño protege y en las próximas elecciones muchos serán corderos en busca de un pastor. No hay peligro si no lo sientes.

La Covid-19 está a punto de volver a romper una Europa cada vez menos solidaria y más nacionalis­ta

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ERIK S. LESSER / EFE Washington, los cerezos en flor, el baile de la vida que sigue sin temor al contagio
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