La Vanguardia

¡Qué raro todo esto!

- Núria Escur

Ya no miramos qué banderas cuelgan del balcón; ahora nos miramos a los ojos

Qué sueño más extraño. Hace un tiempo escribí una columna titulada “El Gayxample ya no sonríe” porque durante el momento más épico del procés unos descerebra­dos quemaron contenedor­es en el barrio hasta que les dio la gana. Eran días convulsos, con ruido por todas partes y chispas reales y metafórica­s. Hoy me asomo a la misma ventana y un silencio sepulcral invade las mismas calles.

Y, sin embargo, hay algo hermoso en ese silencio suspendido. Se respira mejor en el Eixample, no huele a contaminac­ión de tubo de escape cabreado, nos despiertan cantos de pájaros que no sabíamos ni que existían, el sol es una bendición que se cuela por las rendijas de esas persianas de madera seculares.

Parecemos todos “la vieja del visillo” de Buñuel. O de José Mota.

Ni rastro del raca-raca de las ruedecilla­s maleteras de turistas. Ya no nos dan la matraca acústica las obras reventando el corazón de las aceras ni los helicópter­os contando el número de manifestan­tes.

Ya no miramos qué banderas cuelgan del balcón; ahora nos miramos a los ojos. Nos da igual si debajo hay una senyera, un arco iris LGTBI o un geranio púrpura. Estamos todos desubicado­s, chocados, a la expectativ­a, y aun así juntos. Cada uno en su colmena.

Hay tantas cosas de las que renegamos y acabaremos haciendo... Como cuando juré y perjuré que jamás claudicarí­a ante un tatuaje, y ahí está, diminuto, apenas una letra mayúscula, una F, de Olivetti antigua. Dejaremos de usar sujetador, bajaremos del tacón a la zapatilla, plancharem­os sólo el cabezal de la sábana. Nos cambiaremo­s tres veces de pantalón: tejanos matinales para teletrabaj­ar (permiten anclar el móvil en el bolsillo trasero), negros de algodón japonés y pata ancha por la tarde (como si fuéramos a la ceremonia del te en el Shangri-la de Tokio) y gris perla de pijama nocturno.

Retorno a Josep Pla. Me da rabia por reaccionar­io y misógino, pero no puedo evitarlo, me tranquiliz­a leerlo. ¿Qué hizo tal día como hoy, un 28 de marzo de 1967? Me meto en su diario como si fuera la biblia laica y lo encuentro: “Me vuelvo a poner a trabajar hasta la hora de cenar. En la cama. Ceno en la cama. Ya tengo escritas cinco cuartillas. Un poco de fatiga. Después leo Balzac –Une ténébreuse

affaire– hasta el anochecer. Es una maravilla: la mejor novela de este clásico que he leído (…) El país, después de estos días, más tranquilo. De madrugada llueve un poco –no mucho– pero desde la ventana veo que está muy tapado”.

Sabía que no me fallaría.

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