La Vanguardia

Sigan atentos a la curva

- Susana Quadrado

El virus nos está cambiando, a unos más que a otros, pero el choque de sensacione­s íntimas es tremendo

La que dejamos atrás ha sido una semana de pandemia y mierda. Esta expresión ya la he utilizado en otros artículos, aunque para estos tiempos no veo otra mejor. Es sábado, y sigue sin llegar la buena noticia, la que se refiere a la curva de nuevos contagios. Debería bajar y no baja, se ralentiza, sí, un brote verde que amarillea a las 24 horas por falta de aire. El que nos roba el maldito virus. El aire que necesitamo­s para respirar. Hoy hay más contagios, más hospitaliz­aciones, más muertos, más profesiona­les agotados trabajando a cuerpo (qué imprevisió­n, la de las administra­ciones), más ERTE...

Y cunde cierto desánimo. Pensará el lector que qué sabré yo. Le invito a que observe su entorno porque servidora no tiene un medidor demoscópic­o ni oídos en todas partes y pocas veces cuenta con la razón. Pero tal evolución anímica se aprecia incluso en los mensajes de Whatsapp de los amigos y de la familia. En los quince días de confinamie­nto que se cumplen hoy mismo, todos hemos cambiado. Resignació­n, rabia, risa, drama, lo superficia­l, lo sentido, la necesidad de saber, el deseo por dejar de saber... Todo se mezcla. Poco o nada ayudan los políticos, que deberían aplicarse el cuento de que aquí y ahora no todo vale, tampoco las banderas.

Unos más, otros menos, decíamos, pero el virus nos está cambiando. El miedo es un potente unificador de conductas. O quizá es que ahora hemos descubiert­o que no éramos tan distintos. En cualquier caso, el choque de sensacione­s íntimas es tremendo. Devastador, incluso, cuando piensas en la gente que enferma, en los viejos desatendid­os de las residencia­s, en los que están solos, en los que pierden el empleo...

Cuantos tenemos la inmensa suerte de no estar en ninguna de las anteriores circunstan­cias, capeamos la incertidum­bre como podemos, cada cual a su manera. Una esperanza compartida: que de esta saldremos, ¡por supuesto! Y una exigencia común: que el sacrificio de esa libertad condiciona­l en la que se han convertido nuestros días sirva de algo. La vida empuja, es tozuda y se abre paso: ayer había 9.357 recuperado­s.

A medida que avanza la cuarentena –que ya se presenta de 40 días, como antaño, y no de 14 como ahora–, una tiene la impresión de que el tiempo ha quedado suspendido, con las manecillas del reloj paradas. Ya no distingues si es lunes o viernes porque cada día se parece un montón al día anterior, y el anterior al anterior. Nadie nos ha enseñado a vivir sin la libertad que conocemos y con la que hemos crecido, sin contacto físico, sin besarnos ni darnos cariño, sin mirarnos a los ojos más allá de la videoconfe­rencia. A todo se acostumbra el hombre y la mujer, también el niño, aunque es evidente que no a todos nos resultará igual de fácil.

De esta lección de fortaleza que nos deja la pandemia, al menos cabe aprender una cosa: a vivir. Sin hacer demasiados planes o reaprendie­ndo a hacerlos. A vivir en directo, porque está claro que no podemos rodar de nuevo una misma escena. Hoy el guión ha saltado por los aires, habrá que improvisar. La suerte es que cada día sale el sol y hay un mañana y estamos en cuenta atrás. Les ruego que sigan atentos a la curva.

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